Donald Trump ha bombardeado Irán, algo impensable para sus predecesores. Su narrativa le muestra refractario a las guerras, pero su ‘aislacionismo’ es un mito Leer Donald Trump ha bombardeado Irán, algo impensable para sus predecesores. Su narrativa le muestra refractario a las guerras, pero su ‘aislacionismo’ es un mito Leer
El pasado 13 de mayo, en un discurso en Arabia Saudí que quedó eclipsado por la actualidad, pero que contiene lo que debería ser el eje de la doctrina para Oriente Próximo del trumpismo, el presidente norteamericano elogió la transformación de Riad y otras ciudades de la península, como Dubái, Abu Dabi, Doha y Mascate, aplaudiendo a «una nueva generación de líderes que está superando los antiguos conflictos y las desgastadas divisiones del pasado, forjando un futuro donde Oriente Próximo se defina por el comercio, no por el caos; donde se exporta tecnología, no terrorismo; y donde personas de diferentes naciones, religiones y credos construyen ciudades juntas, no bombardeándose mutuamente hasta la extinción«.
En su intervención, Trump dijo que «es crucial que el mundo entero tenga en cuenta que esta gran transformación no proviene de intervencionistas occidentales ni de personas que vuelan en aviones dando sermones sobre cómo vivir y cómo gobernar. No, las relucientes maravillas de Riad y Abu Dabi no fueron creadas por los autoproclamados constructores de naciones, neoconservadores, ni organizaciones liberales como las que gastaron billones y billones de dólares sin lograr el desarrollo de Kabul, Bagdad y tantas otras ciudades (…) Los llamados constructores de naciones (nation builders) destruyeron muchas más naciones de las que construyeron, y los intervencionistas interfirieron en sociedades complejas que ni siquiera ellos mismos comprendían. Te decían cómo hacerlo, pero no tenían ni idea», criticó.
Su discurso estuvo dedicado en gran parte a criticar ferozmente a Irán, sus dirigentes y sus acciones. Los llamó mafiosos y ladrones, y comparó lo que calificó de decadencia del país persa frente al crecimiento de los emiratos y reinos del Golfo Pérsico. Pero entre reproches e insultos, Trump tendió a su manera una mano. «Estoy aquí hoy no solo para condenar el caos pasado de los líderes iraníes, sino para ofrecerles un nuevo camino, uno mucho mejor, hacia un futuro más esperanzador. Como he demostrado repetidamente, estoy dispuesto a poner fin a los conflictos del pasado y forjar nuevas alianzas para un mundo más estable, incluso si nuestras diferencias son muy profundas. Nunca he creído en tener enemigos permanentes. Soy diferente de lo que mucha gente piensa. No me gustan los enemigos permanentes. De hecho, algunos de los amigos más cercanos de los Estados Unidos de América son naciones contra las que luchamos en guerras en generaciones pasadas (…) Como dije en mi discurso inaugural, mi mayor esperanza es ser un pacificador y unificador. No me gusta la guerra«.
Ese día, ante empresarios, embajadores y líderes, Trump se presentó como ese pacificador, el artífice en su imaginario de una tregua entre India y Pakistán, el mediador que iba a terminar en 24 horas con la guerra entre Rusia y Ucrania, el candidato por todo ello al premio que más ansía y cree desesperadamente merecer: el Nobel de la paz. No es una broma. Este viernes, sin ir más lejos, se pronunció sobre el hecho de que sus partidarios estén pidiendo no sólo que le den el galardón, sino que sea rebautizado el Premio Trump de la Paz. Y dijo que efectivamente, lo merecía «por Ruanda, Congo, Kosovo, Serbia… India… debería haberlo ganado ya cuatro o cinco veces. No me lo darán porque sólo se lo dan a gente de izquierdas», lamentó.
Sin embargo, menos de un mes después de ese discurso, el mismo presidente que llegó al poder con una crítica constante a los «belicistas» de su propio partido, y levanto el movimiento Make América Great Again con sólo una doctrina, «América primero», ha decidido atacar Irán, algo que ninguno de los predecesores osó, para destruir físicamente todas sus instalaciones nucleares, incluso si eso requiriera usar su armamento táctico más brutal. Un cambio de régimen forzoso en el país persa es ya una opción posible.
El giro ha provocado un terremoto entre los suyos, una pequeña guerra civil entre los más críticos, como el presentador Tucker Carlson, el gurú Steve Bannon o la congresista Marjorie Taylor Green, que hicieron, en vano, todo lo que estuvo en su mano para que no ocurriera. Pero, en realidad, la posibilidad de atacar Irán es mucho menos sorprendente de lo que pudiera parecer si uno presta atención a las acciones y no a las palabras.
Trump es una figura incontrolable, impredecible, que altera los hechos y la realidad para encajarla en su discurso. Que miente y exagera constantemente, a lo grande. Acostumbrado a tomar decisiones sin pensar mucho y a dar marcha atrás pronto. Alguien sin ninguna experiencia en política y menos política exterior hasta hace una década. Pero eso no quiere decir que no tenga ideas fuerza (u obsesiones) fijas.
Primero, cree que Estados Unidos se ha convertido en el pagafantas mundial, y que amigos y enemigos abusan de su benevolencia, de su riqueza. Que se han aprovechado de su economía y de su ejército, y también de sus fronteras. Lo pensaba en los años 80 de Japón, en los 90 de Alemania, y ahora de China y todos los demás. Ha sido enormemente consistente al respecto y sus aranceles y chantajes a todo el planeta van en esa dirección.
El segundo pilar es el poder. El presidente cree que no sirve de nada ser el más poderoso, el más fuerte, el más rico si no se saca un beneficio amplio. No cree en los juegos de cooperación, sino en los de suma cero. Si alguien más gana es que de alguna forma él o Estados Unidos están perdiendo. Y eso no es aceptable.
El tercer elemento ha sido, al menos sobre el papel, su aparente oposición al intervencionismo militar, de inspiración liberal o no. Dice que EEUU debe tener el mayor ejército del planeta para poder intimidar, conseguir ventaja, garantizar su seguridad. Pero no para usarlo en guerras o en desiertos lejanos. Que no es su tarea pacificar los Balcanes a derrocar dictadores para llevar los sueños de democracia. «En los últimos años, demasiados presidentes estadounidenses han estado impulsados por la idea de que es nuestro deber indagar en las almas de los líderes extranjeros y usar la política estadounidense para impartir justicia por sus pecados. Les encantaba usar nuestro poderoso ejército», dijo en Riad. «Estados unidos ha gastado ocho billones de dólares luchando y haciendo de policía en Oriente Próximo. Miles de nuestros grandes soldados han muerto o resultaron gravemente heridos. Meterse en Oriente Próximo es la peor decisión jamás hecha», insistió en 2019, cuando era presidente.
Pero la realidad es muchísimo más compleja. Asegura que no quiere despliegues de tropas, una invasión a gran escala, ataúdes llegando a los aeródromos militares del país. Rechaza, como buena parte del movimiento MAGA, expresiones como «cambio de régimen», «nation building» y «misión cumplida». «Dejaremos de apresurarnos a derrocar regímenes extranjeros de los que no sabemos nada, en los que no deberíamos involucrarnos», declaró en diciembre de ese año, al poco de haber ganado las elecciones. Hasta que ha dejado de creerlo.
Al mismo tiempo, Trump, que ha amenazado con invadir Groenlandia o Panamá en innumerables ocasiones, estuvo a favor de aquella intervención en Irak hace más de 20 años, o al menos no en contra hasta meses después del inicio de los bombardeos. Y la Casa Blanca ha reenviado a los periodistas un mensaje con 15 citas de Trump como presidente, y 40 más desde el año 2011, en las que decía que un escenario con Irán teniendo armas nucleares es impensable, inimaginable e inaceptable. Al precio que sea necesario.
«¿Aislacionista? Trump no le dijo a Japón, Corea del Sur o Taiwán que Kim Jong-un era su problema, no el nuestro. No le dijo a Oriente Próximo que el Estado Islámico no era asunto suyo y no se iba involucrar. No, dijo voy a bombardear. Y lo hizo y eliminó casi todos los que estaban en una lista de objetivos restringidos que existía bajo el mandato de Obama. Durante 10 años nos habían dicho que Qasem Soleimani era el catalizador del terrorismo iraní, pero era intocable, pero Trump lo mató y presume constantemente de ello. Le dijeron que el grupo de mercenarios Wagner no podía atacarse porque era una extensión, una especie de guardia pretoriana de Putin, pero cuando le contaron lo que estaba provocando en Siria, él dijo: ¡Mátenlos!. Matamos a 200 rusos y nadie habla de ello», señala el reputado historiador militar Victor David Hanson.
Ahora ha hecho lo mismo. Ayudando a Israel cuando Irán lanzó drones hace meses o diciendo que se quedará Gaza. Atacando a los hutíes en Yemen. Atacando a grupos terroristas en la zona o en África. Trump reniega constantemente de la guerra, presume de ser el rey de la paz y los acuerdos, pero no le tiembla la mano a la hora de ordenar ataques.
Eso opina Stephen Wertheim, del Carnegie Endowment for International Peace, quien ha escrito que Trump es cualquier cosa salvo aislacionista y puede cometer los mismos errores de sus predecesores. Primero porque «está obsesionado con recuperar lo que supuestamente el resto del mundo les ha robado a los estadounidenses«, y para eso es indispensable participar activamente en los asuntos mundiales. Segundo, porque no puede. «Incluso si, en el fondo, Trump quisiera que Estados Unidos desempeñara un papel menor en el mundo, tendría que hacer mucho para cambiar esa dinámica».
Por último, porque el presidente nada tiene que ver con los aislacionistas de hace un siglo. «En lugar de buscar aislarse del mundo, promete explotarlo. Lejos de limitar el alcance de la guerra, amenaza con una violencia despiadada contra adversarios de alcance global y glorifica la victoria militar. En resumen, el presidente es un militarista», sentencia Wertheim, un realista defensor de una política exterior en defensa de los intereses de EEUU y no de Israel.
La Administración Bush pensó que la invasión de Irak sería un paseo y que las tropas estadounidenses serían recibidas como libertadoras, aplaudidas por las calles. Los neocon, que querían eliminar a Saddam Hussein, se prometían un periodo de estabilidad y un faro de democracia. No pudieron estar más equivocados, pero las mismas voces que abogaban por ello entonces, como John Bolton o William Kristol, ahora enemigos declarados de Trump, o Karl Rove, que fue la mano derecha de George W. Bush, defienden pese a todo el ataque. Y su mensaje llega a la Casa Blanca irónicamente, que cree que Irán se entregará dócilmente y la población puede acabar rebelándose.
Trump está lleno de dudas, errático. Se dio «dos semanas» para decidir, que es el recurso habitual cuando no sabe qué hacer y busca ganar tiempo con una patada hacia adelante. También una vía que algún columnista excesivamente optimista ha comparando con las pausas que John F. Kennedy se dio durante la Crisis de los Misiles de Cuba mientras sus asesores le apremiaban a bombardear, lo que acabó evitando una desgracia nuclear. Pocas horas después, ejecutó lo que ya tenía decidido.
Trump ha despreciado estos días en público a su responsable nacional de inteligencia, Tulsi Gabbard, diciendo dos veces a los periodistas que si ella cree que no hay evidencias de que Irán esté cerca de conseguir armas nucleares «se equivoca». Este sábado, Gabbard se desdijo y sostuvo, quizá para agradar a su jefe, que Irán podría producir un arma nuclear «en cuestión de semanas». El ataque era ya inminente.
Trump ha tenido estas semanas en un clamoroso segundo plano al secretario de Defensa, Pete Hegseth, después de haberse librado de su consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, irónicamente por considerar hace apenas unas semanas que era demasiado halcón, demasiado afín a Benjamin Netanyahu y empujaba demasiado por una intervención. «Está frenético y agitado en crisis de seguridad nacional. Habla con mucha gente y busca a alguien que diga las palabras mágicas. Oye algo y se dice ‘Es cierto, eso es lo que creo’. Y así hasta la siguiente conversación», le ha dicho Bolton al New York Times esta semana.
Ahora aseguraba que prefería un acuerdo, una forma de salvar la casa y presentarse como el héroe que evitó el desastre y salvó millones de vidas. Pero enseguida ajustó su relato. «Trump no es aislacionista. Es un jacksoniano punitivo, y cree que de vez en cuando hay que enfrentarse a alguien por el bien de Estados Unidos y del mundo occidental», explica Victor David Hanson. Si eso implica bombardear Irán, provocar un caos imprevisto o llamar a filas a los suyos, ya encontrará la forma de justificarlo. «Mis seguidores me aprecian hoy incluso más que durante las elecciones. Puede que haya gente un poco descontenta ahora, pero hay muchos muy contentos», aseguró esta semana mientras difundía en sus redes sociales un análisis que no deja margen para el error: «Donald Trump no es aislacionista, pero algunos republicanos aislacionistas están descubriendo de repente que no están en sintonía con el movimiento MAGA ni con Donald Trump. Este es el hombre que mató a Qasem Soleimani. ¿Crees que tiene miedo de eliminar [la planta nuclear iraní] Fordo? Claro que no».
No podía ser más premonitorio.
Internacional // elmundo