Enero de 2008, Félix Romeo presentaba en la librería Antígona el poemario Americana de Nacho Escuín. Luego, el abismo. O la vuelta del abismo. Y una novela nutritiva, generacional. Líneas de tiempo, en 2019, Bala Perdida, Mala raza, la cita de Roger Wolfe, las canciones de Supersubmarina: «No estar en ninguna parte/es en todas a la vez/da perspectiva», cuando el domingo, por fin, es solo prensa y arroz. La presión de leer un poema como si fuera a terminarse la literatura. La duda del escritor/no escritor, de la función social del maldito, la idea de Andrés Calamaro y Francisco Umbral. La pelea de levantarse a las siete de la mañana, café y trabajo. O, cito a Nacho: «Llegar a casa con los huesos impregnados de ginebra».
Ensayos como «Aquellos maravillosos años», Ray Loriga, Benjamín Prado o José Ángel Mañas, los noventa, sin los que no existiría, Nocilla experience, en mayo de 2022, lo leo, vuelvo a Loriga, lo cuento en algún cuento o en algún artículo… lo regalé a mi amigo Javier Aquilué. Y Nacho, a la vez, no se había marchado nunca. Era la Semana Kronen. Y yo escuché y leí. Leo, estos días, la biografía de Mañas. En los años 90 todavía se hacían fanzines, se grapaban folios. Luego, cuando comenzó el siglo, los fanzines se convierten en antologías, las editoriales independientes y las mayores, que buscan su pedazo.
Hasta el 2015… recuerdo el tiempo de Eclipsados, claro. Pero también Resurrección y Chorrito de Plata. Era Aragón, envenenado de poesía. De alcoholes y noche. Era la búsqueda del final del tiempo, Canto de la tripulación o el Vinalia trippers , las ratas de Logroño y los Margot en Zaragoza.
Allí, siempre, Roger Wolfe, que pasó de poesía a la novela. Y era el tiempo de Trainspotting claro. No era lo mismo Elena Medel o Pablo García Casado, pero era La Bella Varsovia, que acabarán convirtiéndose en canon. Eloy Fernández Porta escuchando a San Juan de la Cruz y Patxi Irurzun y Vicente Muñoz seguían en el camino y seguían en la rebeldía. La semilla, el rock, El cuarto verde, Enblanco, Deveneuve, Julio de la Rosa, Algora&Fernández, Fernández&Fernández. The Smiths y Sr.Chinarro.
Sigo leyendo a Nacho. Es el mismo año 2024 en el que se publica, Crítica ética (abisal margen) con los compañeros/maestros, Antonio Méndez Rubio, Alfredo Saldaña y Javier García Rodríguez. Pero, además, claro, está Cover. Poesía de Bala Perdida. Canciones y más canciones. Rezo por vos. El mismo rock argentino que me acompaña desde el siglo, desde antes. Spinetta y Charlie. Pero también, claro, la careta del poder.
Los poetas de John Giorno (una y otra vez, «Di no a los valores familiares«), Julio Antonio Gómez, claro, Miguel Labordeta y el Niké (y aquel documental en mitad de la nada que Nacho dirigió), rinocerontes con cabeza de hombre, hombres con cabe de pistola. Y las manos agarradas al volante, junto a Vicente, Elena y David. El camino soriano y el encuentro con el profeta de Monegros, el bardo Gabriel Sopeña. Un abrazo al «Blues castellano«, el blues del amor de Antonio Gamoneda adaptado por Sopeña. Y siempre, claro Alfredo Saldaña, generoso en el sustrato sustancioso de la vida y la poesía.
2019 La mala raza, 2020 Los papeles de Bruselas, 2021 Aquellos maravillosos años 2021 Nadar hasta la orilla en Olifante, aquel año de la pandemia, el 23 de abril del terror y el polvo en el parque. 2022 Vivir para leer (101 libros), después de la Celtiberia. En la Celtiberia con Forega. La bala pérdida de Cover en 2024 (que me devuelve a Pop, en los tiempos de los premios y el aguante) y la crítica, la ética, las derivas del campo cultural español de 2024.
En ese margen tan abisal, en 2025 con Antonio Pérez Lasheras publica «Una mirada al horizonte«. Artículos de belleza cualitativa. En la geografía, Escuín vuelve a dar en el clavo. Habla, escribe más bien, sobre la descolocación de la poesía, descentralizada, la forma analítica, la teórica, la científica. Escuín universitario, sobrio, seco. León-Gijón (David, Vicente, Sofía), Logroño (Carmen, Sonia, Kb), Andalucía (Elena, Vanessa o la publicación de la gallega Yolanda Castaño y la mujer eterna Miriam Reyes), Punta Umbría, Uberto y Orihuela. Luego, claro, Aragón, con David, Sebas y Gabriel. Antonio Pérez Lasheras, Alfredo Saldaña… un laberinto, una sopa de poetas nutricia.
Robert Frost, un título sacado de los tiempos del cobijo contra la tormenta de Benjamín Prado. Una especie de club de la lucha generacional, de Bret Easton Ellis hablando con Patrick Bateman, tú me entiendes, luciérnaga, tengo unas pastas, haré un café, quizá prefieras un té, traje el ensayo que me pediste sobre Baltasar Gracián. Los que ya somos padres, los que estuvimos entre 2005 y 2008, el Dumbo y las presentaciones de Cálamo, Sofía y Yolanda, las tardes de los jueves, Roberto vs. Nacho, en el cigarrillo, en el humo, recuerdo aquel paquete de tabaco que Nacho tenía en su casa, muy cerca de La Romareda (casi la podía tocar), él no fumaba, lo tenía para los escritores que acudíamos allí, por si nos quedábamos sin nada.
Ahí, otra, vez, el fantasma de Roger Wolfe se echaba un buen lingotazo de ginebra en el café, como si no nos diéramos cuenta, otra vez, otra manera de encontrarse a sí mismo, a su juventud, a la nuestra: del poeta maldito al novelista afónico. Entre medio editoriales, proyectos editoriales, verdades y mentiras, todas encuadernadas y distribuidas, del Desafinado al Fórum de la FNAC. Roberto Malo y los productores. Los mismos, claro, Karmelo y Vilas, de pronto me encuentro, monetizando mis recuerdos, la década perdida, la década que tocaba escribir, del 2005 al 2015.
Me tengo que bajar de la química, me tengo que subir a los recuerdos. ¿Lo hacemos juntos, Nacho? Me pongo en serio con la música, lo prometo. Yo pensaba hacerlo, sí, claro, me dijo Félix, pues hazlo. ¿Recuerdas la editorial DVD? Es que todos los libros que sacaban eran buenos. O eso pensábamos. Los chicos, sí, estamos bien. Hoy le hubieran prohibido a Vilas un nombre así para el cartel. Roberto es un Ray Loriga que va con retraso.
Como todos. Escuín es el que conduce, el que lleva a los inútiles escritores sin carnet, Roberto, uno de ellos, siempre está buscando combinaciones para el tren. Claro, escuchando a Pereza, Marea, Kike González. Me mantengo apartado. Con David G. Con Vicente, auténtico cuero leonés. D.G. fantasma persistente, cariñoso, terrible. Los personajes, los poetas de esa década tienen en su vida una obra y en su obra una vida. No sabemos con cuál quedarnos, la verdad. Recuerdo a D.G. cariñoso, breve, intenso. Recuerdo algún correo. Pero claro, también al comando de poetisas que acompañaban a Agustín Calvo por Valladolid unos años antes o después, eso ya no lo sé, de la cuarta boda de Ángel Guinda.
Se cantaba, se acompañaba, en el Interferencias una chica tuvo que bailar muy rápido, tan rápido que casi se cae al suelo, porque el poeta al que acompañaba en el recital quería leer más poemas de los que se había acordado. Inolvidable. El número de poemas se cerraba antes de subir a escena. David Mayor sacó un ejemplar de Tan sólo infiernos sobre la hierba y leyó el poema de José Luis Rodríguez García, el de la chica más guapa de la ciudad, claro. Agustín, Rut, nunca supe quién era el más grande de todos los enemigos a los que nos enfrentamos. El 4 de agosto, el agosto clandestino, el mejor vino del mundo, Lucas y el titán, noches en el Bossa Nova, noches en el Biribay, claro. En agosto. Odón y Kb. Años más tarde, cuando el monstruo de la política y la tristeza nos había devorado, escapamos para celebrar a Sergio Algora.
Nacho y Roberto, los jueves, ya lo he escrito. Con Eva Puyó que no se perdía una. El Dumbo, con Félix, y el Candy Warhol, con Fernando Frisa. De amigos a aliados. Y algún cacharro en el Bonanza. No era abuso de alcohol, era abuso de vida. Roberto casi siempre estaba acelerado y bebía mucho. Todavía no había descubierto las recetas ni las cañas de pronta mañana para que le dejaran de temblar las manos. Pobre Roberto, saludando a la mitad del bar, tímido como solo lo son los que conocen y saludan a todo el mundo. Los títulos, ay, los títulos de los capítulos, Nacho. Seguimos siendo el desconocido tomanotas de Ray Loriga: <<No tenemos lo que queremos, solo lo que no podemos esquivar>>
Mujeres, terapeutas, el PSOE, el PP, las pastillas y el alcohol. Todos nos caímos en la marmita, algunos nos costó menos llegar arriba. Otros siguen abajo y nos saludan como si fuéramos tontos por flotar. Una y otra vez.
El Parámo, claro que te acuerdas, la noche que vino John Giorno y sus brujas, la noche que trajisteis a Giorno. Simplemente di no a los valores familiares. Y yo que solo quería ser funcionario y casarme, ahí, con la impostura. Y José Javier Gracia y el Jota y todos los tipos armados, como Chiqui de El Hombre Lento o Raúl García, aquel libro en formato grande, aquel libro que era Lou Reed, frío muy frío, ya sabes: «Hace tanto frío en Alaska«. Como en Berlín. Raúl era discreto y escribía muy bien. Y luego Santi Vicente, a los teclados y las letras. Las noches de El Poeta Eléctrico. Yo ya me había marchado de la ciudad. Me salvé de la pandemia y de la quema por una cuestión de estudios, nada de suerte.
El silencio de prepararse comida para uno, café, para uno. Antonio Machado, profesor de instituto de provincias. Que mató de sífilis a su mujer, con perdón. Leer a Roberto Bolaño, Paul Auster, Michel Houellebecq. Demuestran que puede hacer literatura experimental, con lo que a uno le dé la gana y, encima, lo lean. Recuerdo aquel libro, «Reza lo que sepas«, aquel libro de David González. Al final es cierto que leerlos, volver a ellos, a sus libros, los mantiene vivos…
Conforme avanzo hacia la segunda parte, la derrota y el sueño/pesadilla de encontrarse a su amigo D.G. David y Dionisio Cañas, que ya había aparecido, pero no lo había nombrado. Recuerdo, claro, las náuseas de las mañanas por los antidepresivos, los textos de todos los colores, empezar/pelear con la poesía, buscarse en la novela, celebrarse en los libros colectivos, tan habituales en esa década, ir a la pelea contra todos los problemas de las editoriales. Autores, distribuidores y libreros. Y escribir, seguir escribiendo, creación, crítica, literatura y ciencia. Y el público, amable y ausente. Y escuchar el repiqueteo de la tormenta que mandaba Bob Dylan. Recuerdo ahora el libro de Pablo García Casado y su manera de tratar las facturas, los 303, buscar la paz, la docencia.
Leo esta novela, «Algo parecido a un sueño o a un poema de Robert Frost», que edita Los Libros del Gato Negro, con Marina Heredia o por Marina Heredia (feliz y con la paz de publicar a un autor que ha sido editor, claro). Un libro polémico, eléctrico, nada autocomplaciente. No es punk. Es la visceralidad de los tiempos desesperados. De la sequedad. Estar seco es, también estar vivo. Un libro que no es una vida, pero se parece, un libro de un autor al que no pudo detener una pandemia ni el amor esfumado de una mujer. No podía salir de casa, no se podía mover.
Escuché muchas veces hablar de Punta Umbría, donde se juntaban los que se repartían las migajas de la nueva poesía, nueva de la nueva de la nueva poesía, ladrillos nuevos sobre viejos ladrillos que una vez fueron nuevos, un clímax de buitres y poetas sin público. Lleno de mesas rodeadas de gente haciendo tiempo para que les tocara a ellos sentarse a la mesa. Quizá, claro, algún poeta en performance recitativo musical, buscando parecer lo que no eran, buscando la verdad, el poeta sin guitarra, la guitarra sin voz.
Ay, si yo hubiera sabido tocar la guitarra un poquito, solo un poco de oído. Pero tuvo que dejarlo, meterme en el experimento nocturno. Paré antes de los cincuenta. Mesas a las que solo acuden los que creen deberían estar allí o los que van a acabar montando su propio encuentro, con su propia mesa. Escribo esto como sucedáneo de aquello. Así que me lo permito.
No eran Luis Felipe Alegre, no eran Ángel Guinda. «Se recitó en los bares por encima de nuestras posibilidades», eso lo sé yo y lo sabes tú, ya os conté antes lo de la bailarina el día de los beatniks en el Interferencias. Ya no está José Luis Rodríguez García, pero sí que está el Petit.
Menos mal, que está Kb y está el otro, Nacho. Para ser más somardas que nadie. Fuera el hiphop, no te enfades, macho. Roberto se mete en problemas, como en el capítulo de los Simpsons: «Me dejaban firmar con un sello, Marge, con un sello». Política, funcionarios, malos, buenos, regulares. Política, chaval, es el mercado. Bien quemado, con alcohol de quemar.
¿Y qué pasa en la tercera parte? Buena pregunta. Pedro Páramo, Juan Rulfo, una casa habitada, una casa partida, una casa que habla, desde Julio Cortázar a uno de esos cuentos mágicos de Sergio Algora. No lo olvido, el ensayo que no cesa. Un libro distinto para que lo que conoce, a Nacho, del que no.
Unos tenemos claves, otros tendrán que buscarlas, pero el camino será magnífico, nutritivo… el ensayo, los bomberos, el fuego, los padres y el abuelo. El abuelo Félix. El amigo Félix. La poesía que lo ayuda como una madre, la madre que lo ayuda como la poesía. Bomberos, los rayos, los padres. Aquel Roberto, que entraba y salía. No hay valores, di no a los valores familiares.
¿Quieres escribir como David Gónzalez? No lo sé… sin haber tenido su vida, o sin ser radicalmente auténtico… ¿Pero es necesario? Es exigente, es huidizo, es complejo. Tu vida, tu obra, yo creo que es más sólida. Pienso que una vida formal, estándar, es mucho más exigente que llegar con «Los huesos manchados de ginebra por las noches» o tirándote por una venta. Tener fiebre con un paracetamol en los bolsillos.
Ella volvió zumbada. Todos estábamos un poco zumbados y, sobre todo, teníamos un ego que no dejaba terminar las obras de La Seo. Los curso del verano los carga el demonio. Nacho/Roberto y ella, todos unos putos ambiciosos. Padres e hijos. El rey del punk, Túa Blesa. Los poetas, realistas, curas, místicos, herméticos, todos son un grupo de riesgo, somos un grupo, músicos, cocineros y, los peores, los funcionarios, que no se la juegan.
Mucho tren. Una poesía descentralizada. Años y años. Fuera de Madrid. Lejos de todo, lejos de mí. Fuego, fuego. Aguante, Escuín. La insólita luz. El ensayo que no cesa.
Más Nacho Escuín en Motel Margot:
Cover de Nacho Escuín (Bala Perdida, 2024)
Aquellos maravillosos años de Nacho Escuín (Frontera, 2022)
La mala raza de Nacho Escuín (Editorial Bala Perdida, 2019)
Café Niké, un documental de Nacho Escuín
Vicente Muñoz y Nacho Escuín acerca de Beatitud (Ediciones Baladí)
Nacho Escuín novela una generación imprescindible
Enero de 2008, Félix Romeo presentaba en la librería Antígona el poemario Americana de Nacho Escuín. Luego, el abismo. O la vuelta del abismo. Y una novela nutritiva, generacional. Líneas de tiempo, en 2019, Bala Perdida, Mala raza, la cita de Roger Wolfe, las canciones de Supersubmarina: «No estar en ninguna parte/es en todas a la vez/da perspectiva», cuando el domingo, por fin, es solo prensa y arroz. La presión de leer un poema como si fuera a terminarse la literatura. La duda del escritor/no escritor, de la función social del maldito, la idea de Andrés Calamaro y Francisco Umbral. La pelea de levantarse a las siete de la mañana, café y trabajo. O, cito a Nacho: «Llegar a casa con los huesos impregnados de ginebra».

Ensayos como «Aquellos maravillosos años», Ray Loriga, Benjamín Prado o José Ángel Mañas, los noventa, sin los que no existiría, Nocilla experience, en mayo de 2022, lo leo, vuelvo a Loriga, lo cuento en algún cuento o en algún artículo… lo regalé a mi amigo Javier Aquilué. Y Nacho, a la vez, no se había marchado nunca. Era la Semana Kronen. Y yo escuché y leí. Leo, estos días, la biografía de Mañas. En los años 90 todavía se hacían fanzines, se grapaban folios. Luego, cuando comenzó el siglo, los fanzines se convierten en antologías, las editoriales independientes y las mayores, que buscan su pedazo.

Hasta el 2015… recuerdo el tiempo de Eclipsados, claro. Pero también Resurrección y Chorrito de Plata. Era Aragón, envenenado de poesía. De alcoholes y noche. Era la búsqueda del final del tiempo, Canto de la tripulación o el Vinalia trippers , las ratas de Logroño y los Margot en Zaragoza.

Allí, siempre, Roger Wolfe, que pasó de poesía a la novela. Y era el tiempo de Trainspotting claro. No era lo mismo Elena Medel o Pablo García Casado, pero era La Bella Varsovia, que acabarán convirtiéndose en canon. Eloy Fernández Porta escuchando a San Juan de la Cruz y Patxi Irurzun y Vicente Muñoz seguían en el camino y seguían en la rebeldía. La semilla, el rock, El cuarto verde, Enblanco, Deveneuve, Julio de la Rosa, Algora&Fernández, Fernández&Fernández. The Smiths y Sr.Chinarro.

Sigo leyendo a Nacho. Es el mismo año 2024 en el que se publica, Crítica ética (abisal margen) con los compañeros/maestros, Antonio Méndez Rubio, Alfredo Saldaña y Javier García Rodríguez. Pero, además, claro, está Cover. Poesía de Bala Perdida. Canciones y más canciones. Rezo por vos. El mismo rock argentino que me acompaña desde el siglo, desde antes. Spinetta y Charlie. Pero también, claro, la careta del poder.

Los poetas de John Giorno (una y otra vez, «Di no a los valores familiares«), Julio Antonio Gómez, claro, Miguel Labordeta y el Niké (y aquel documental en mitad de la nada que Nacho dirigió), rinocerontes con cabeza de hombre, hombres con cabe de pistola. Y las manos agarradas al volante, junto a Vicente, Elena y David. El camino soriano y el encuentro con el profeta de Monegros, el bardo Gabriel Sopeña. Un abrazo al «Blues castellano«, el blues del amor de Antonio Gamoneda adaptado por Sopeña. Y siempre, claro Alfredo Saldaña, generoso en el sustrato sustancioso de la vida y la poesía.

2019 La mala raza, 2020 Los papeles de Bruselas, 2021 Aquellos maravillosos años 2021 Nadar hasta la orilla en Olifante, aquel año de la pandemia, el 23 de abril del terror y el polvo en el parque. 2022 Vivir para leer (101 libros), después de la Celtiberia. En la Celtiberia con Forega. La bala pérdida de Cover en 2024 (que me devuelve a Pop, en los tiempos de los premios y el aguante) y la crítica, la ética, las derivas del campo cultural español de 2024.

En ese margen tan abisal, en 2025 con Antonio Pérez Lasheras publica «Una mirada al horizonte«. Artículos de belleza cualitativa. En la geografía, Escuín vuelve a dar en el clavo. Habla, escribe más bien, sobre la descolocación de la poesía, descentralizada, la forma analítica, la teórica, la científica. Escuín universitario, sobrio, seco. León-Gijón (David, Vicente, Sofía), Logroño (Carmen, Sonia, Kb), Andalucía (Elena, Vanessa o la publicación de la gallega Yolanda Castaño y la mujer eterna Miriam Reyes), Punta Umbría, Uberto y Orihuela. Luego, claro, Aragón, con David, Sebas y Gabriel. Antonio Pérez Lasheras, Alfredo Saldaña… un laberinto, una sopa de poetas nutricia.

Robert Frost, un título sacado de los tiempos del cobijo contra la tormenta de Benjamín Prado. Una especie de club de la lucha generacional, de Bret Easton Ellis hablando con Patrick Bateman, tú me entiendes, luciérnaga, tengo unas pastas, haré un café, quizá prefieras un té, traje el ensayo que me pediste sobre Baltasar Gracián. Los que ya somos padres, los que estuvimos entre 2005 y 2008, el Dumbo y las presentaciones de Cálamo, Sofía y Yolanda, las tardes de los jueves, Roberto vs. Nacho, en el cigarrillo, en el humo, recuerdo aquel paquete de tabaco que Nacho tenía en su casa, muy cerca de La Romareda (casi la podía tocar), él no fumaba, lo tenía para los escritores que acudíamos allí, por si nos quedábamos sin nada.

Ahí, otra, vez, el fantasma de Roger Wolfe se echaba un buen lingotazo de ginebra en el café, como si no nos diéramos cuenta, otra vez, otra manera de encontrarse a sí mismo, a su juventud, a la nuestra: del poeta maldito al novelista afónico. Entre medio editoriales, proyectos editoriales, verdades y mentiras, todas encuadernadas y distribuidas, del Desafinado al Fórum de la FNAC. Roberto Malo y los productores. Los mismos, claro, Karmelo y Vilas, de pronto me encuentro, monetizando mis recuerdos, la década perdida, la década que tocaba escribir, del 2005 al 2015.

Me tengo que bajar de la química, me tengo que subir a los recuerdos. ¿Lo hacemos juntos, Nacho? Me pongo en serio con la música, lo prometo. Yo pensaba hacerlo, sí, claro, me dijo Félix, pues hazlo. ¿Recuerdas la editorial DVD? Es que todos los libros que sacaban eran buenos. O eso pensábamos. Los chicos, sí, estamos bien. Hoy le hubieran prohibido a Vilas un nombre así para el cartel. Roberto es un Ray Loriga que va con retraso.

Como todos. Escuín es el que conduce, el que lleva a los inútiles escritores sin carnet, Roberto, uno de ellos, siempre está buscando combinaciones para el tren. Claro, escuchando a Pereza, Marea, Kike González. Me mantengo apartado. Con David G. Con Vicente, auténtico cuero leonés. D.G. fantasma persistente, cariñoso, terrible. Los personajes, los poetas de esa década tienen en su vida una obra y en su obra una vida. No sabemos con cuál quedarnos, la verdad. Recuerdo a D.G. cariñoso, breve, intenso. Recuerdo algún correo. Pero claro, también al comando de poetisas que acompañaban a Agustín Calvo por Valladolid unos años antes o después, eso ya no lo sé, de la cuarta boda de Ángel Guinda.

Se cantaba, se acompañaba, en el Interferencias una chica tuvo que bailar muy rápido, tan rápido que casi se cae al suelo, porque el poeta al que acompañaba en el recital quería leer más poemas de los que se había acordado. Inolvidable. El número de poemas se cerraba antes de subir a escena. David Mayor sacó un ejemplar de Tan sólo infiernos sobre la hierba y leyó el poema de José Luis Rodríguez García, el de la chica más guapa de la ciudad, claro. Agustín, Rut, nunca supe quién era el más grande de todos los enemigos a los que nos enfrentamos. El 4 de agosto, el agosto clandestino, el mejor vino del mundo, Lucas y el titán, noches en el Bossa Nova, noches en el Biribay, claro. En agosto. Odón y Kb. Años más tarde, cuando el monstruo de la política y la tristeza nos había devorado, escapamos para celebrar a Sergio Algora.

Nacho y Roberto, los jueves, ya lo he escrito. Con Eva Puyó que no se perdía una. El Dumbo, con Félix, y el Candy Warhol, con Fernando Frisa. De amigos a aliados. Y algún cacharro en el Bonanza. No era abuso de alcohol, era abuso de vida. Roberto casi siempre estaba acelerado y bebía mucho. Todavía no había descubierto las recetas ni las cañas de pronta mañana para que le dejaran de temblar las manos. Pobre Roberto, saludando a la mitad del bar, tímido como solo lo son los que conocen y saludan a todo el mundo. Los títulos, ay, los títulos de los capítulos, Nacho. Seguimos siendo el desconocido tomanotas de Ray Loriga: No tenemos lo que queremos, solo lo que no podemos esquivar>>

Mujeres, terapeutas, el PSOE, el PP, las pastillas y el alcohol. Todos nos caímos en la marmita, algunos nos costó menos llegar arriba. Otros siguen abajo y nos saludan como si fuéramos tontos por flotar. Una y otra vez.

El Parámo, claro que te acuerdas, la noche que vino John Giorno y sus brujas, la noche que trajisteis a Giorno. Simplemente di no a los valores familiares. Y yo que solo quería ser funcionario y casarme, ahí, con la impostura. Y José Javier Gracia y el Jota y todos los tipos armados, como Chiqui de El Hombre Lento o Raúl García, aquel libro en formato grande, aquel libro que era Lou Reed, frío muy frío, ya sabes: «Hace tanto frío en Alaska«. Como en Berlín. Raúl era discreto y escribía muy bien. Y luego Santi Vicente, a los teclados y las letras. Las noches de El Poeta Eléctrico. Yo ya me había marchado de la ciudad. Me salvé de la pandemia y de la quema por una cuestión de estudios, nada de suerte.

El silencio de prepararse comida para uno, café, para uno. Antonio Machado, profesor de instituto de provincias. Que mató de sífilis a su mujer, con perdón. Leer a Roberto Bolaño, Paul Auster, Michel Houellebecq. Demuestran que puede hacer literatura experimental, con lo que a uno le dé la gana y, encima, lo lean. Recuerdo aquel libro, «Reza lo que sepas«, aquel libro de David González. Al final es cierto que leerlos, volver a ellos, a sus libros, los mantiene vivos…

Conforme avanzo hacia la segunda parte, la derrota y el sueño/pesadilla de encontrarse a su amigo D.G. David y Dionisio Cañas, que ya había aparecido, pero no lo había nombrado. Recuerdo, claro, las náuseas de las mañanas por los antidepresivos, los textos de todos los colores, empezar/pelear con la poesía, buscarse en la novela, celebrarse en los libros colectivos, tan habituales en esa década, ir a la pelea contra todos los problemas de las editoriales. Autores, distribuidores y libreros. Y escribir, seguir escribiendo, creación, crítica, literatura y ciencia. Y el público, amable y ausente. Y escuchar el repiqueteo de la tormenta que mandaba Bob Dylan. Recuerdo ahora el libro de Pablo García Casado y su manera de tratar las facturas, los 303, buscar la paz, la docencia.

Leo esta novela, «Algo parecido a un sueño o a un poema de Robert Frost», que edita Los Libros del Gato Negro, con Marina Heredia o por Marina Heredia (feliz y con la paz de publicar a un autor que ha sido editor, claro). Un libro polémico, eléctrico, nada autocomplaciente. No es punk. Es la visceralidad de los tiempos desesperados. De la sequedad. Estar seco es, también estar vivo. Un libro que no es una vida, pero se parece, un libro de un autor al que no pudo detener una pandemia ni el amor esfumado de una mujer. No podía salir de casa, no se podía mover.

Escuché muchas veces hablar de Punta Umbría, donde se juntaban los que se repartían las migajas de la nueva poesía, nueva de la nueva de la nueva poesía, ladrillos nuevos sobre viejos ladrillos que una vez fueron nuevos, un clímax de buitres y poetas sin público. Lleno de mesas rodeadas de gente haciendo tiempo para que les tocara a ellos sentarse a la mesa. Quizá, claro, algún poeta en performance recitativo musical, buscando parecer lo que no eran, buscando la verdad, el poeta sin guitarra, la guitarra sin voz.

Ay, si yo hubiera sabido tocar la guitarra un poquito, solo un poco de oído. Pero tuvo que dejarlo, meterme en el experimento nocturno. Paré antes de los cincuenta. Mesas a las que solo acuden los que creen deberían estar allí o los que van a acabar montando su propio encuentro, con su propia mesa. Escribo esto como sucedáneo de aquello. Así que me lo permito.

No eran Luis Felipe Alegre, no eran Ángel Guinda. «Se recitó en los bares por encima de nuestras posibilidades», eso lo sé yo y lo sabes tú, ya os conté antes lo de la bailarina el día de los beatniks en el Interferencias. Ya no está José Luis Rodríguez García, pero sí que está el Petit.

Menos mal, que está Kb y está el otro, Nacho. Para ser más somardas que nadie. Fuera el hiphop, no te enfades, macho. Roberto se mete en problemas, como en el capítulo de los Simpsons: «Me dejaban firmar con un sello, Marge, con un sello». Política, funcionarios, malos, buenos, regulares. Política, chaval, es el mercado. Bien quemado, con alcohol de quemar.

¿Y qué pasa en la tercera parte? Buena pregunta. Pedro Páramo, Juan Rulfo, una casa habitada, una casa partida, una casa que habla, desde Julio Cortázar a uno de esos cuentos mágicos de Sergio Algora. No lo olvido, el ensayo que no cesa. Un libro distinto para que lo que conoce, a Nacho, del que no.

Unos tenemos claves, otros tendrán que buscarlas, pero el camino será magnífico, nutritivo… el ensayo, los bomberos, el fuego, los padres y el abuelo. El abuelo Félix. El amigo Félix. La poesía que lo ayuda como una madre, la madre que lo ayuda como la poesía. Bomberos, los rayos, los padres. Aquel Roberto, que entraba y salía. No hay valores, di no a los valores familiares.

¿Quieres escribir como David Gónzalez? No lo sé… sin haber tenido su vida, o sin ser radicalmente auténtico… ¿Pero es necesario? Es exigente, es huidizo, es complejo. Tu vida, tu obra, yo creo que es más sólida. Pienso que una vida formal, estándar, es mucho más exigente que llegar con «Los huesos manchados de ginebra por las noches» o tirándote por una venta. Tener fiebre con un paracetamol en los bolsillos.

Ella volvió zumbada. Todos estábamos un poco zumbados y, sobre todo, teníamos un ego que no dejaba terminar las obras de La Seo. Los curso del verano los carga el demonio. Nacho/Roberto y ella, todos unos putos ambiciosos. Padres e hijos. El rey del punk, Túa Blesa. Los poetas, realistas, curas, místicos, herméticos, todos son un grupo de riesgo, somos un grupo, músicos, cocineros y, los peores, los funcionarios, que no se la juegan.

Mucho tren. Una poesía descentralizada. Años y años. Fuera de Madrid. Lejos de todo, lejos de mí. Fuego, fuego. Aguante, Escuín. La insólita luz. El ensayo que no cesa.

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