En las habitaciones el hedor, persiguiendo como el rastro de los otros inquilinos… ¿Qué persigue a los protagonistas del libro? ¿La muerte está detrás? ¿La muerte en vida? Buena pregunta, la sucesión de niebla-mar-naufragio, buscar en el apetito y el sexo algo de emoción, algo que encienda la excitación, los sentidos. La llaman Zorra, Freesia, Luke, la llegada de una médium, de Julia, la duda en el lector: ¿quién es el muerto, quién es el vivo? Y si la voz no es de los espíritus. Escuchar a un doctor, que duerme vestido de mujer, un capitán de barco que sabe algo sobre las niñas, ausentes protagonistas de todo el libro. Como aceite en sus huesos de Kaaron Warren editado por la Biblioteca de Carfax y traducido por Mª Pilar San Román. Marido, hijas, quién es el muerto, quién en el asesino.
Como con un marchamo kafkiano, nadie termina de irse o todos están en el mismo lugar. La novela nos permite elucubrar sobre la cantidad de muertes puede llegar a acumular una sola persona. Deseaba oír de su boca, de sus bocas muertas: «Mami, te queremos, no fue culpa tuya, mami», pero él, quién es él, el ausente, el presente, ya se había ido, como las niñas que no estaban. Los libros, otro objeto jugable, sensible, como las sábanas o el desayuno insípido, como los tesoros de la playa, Trevor y los libros de Roy, las novelas románticas. Ella, que insiste, quiere saber qué dice el asesino de sus hijas, que la persigue hasta la misma puerta del abismo, justo antes de embarcar en el último ferry hacia la muerte. Es un falso capitán, como todo lo que sucede en la novela, perversa mezcla de lo posible/imposible, es tan sencillo mentir: ¿quién eres?, ¿quién soy? Mira, siguen y siguen viniendo.
El sabor de la muerte y de la sal, pienso en aquella película de niebla y de piratas que aparecían de noche, por sorpresa, en una maldición insondable, The Fog (conocida como La niebla en español) es una película de terror estadounidense de 1980 dirigida por John Carpenter. El lugar era Antonio Bay. ¿La recuerdas? Los moluscos, los crustáceos. Y, claro, también Dagón, la secta del mar, en el pueblo de Innsmouth, híbridos, escondidos bajo los cortantes, donde el mar, el océano, viola la tierra. La geografía, de la playa a la mansión. No importa si está en alto. S
Sabemos que hay poca solidez, el agua arranca el suelo, poco a poco, es un motel de David Lynch, de Barry Giffford, de personajes terminales. En plena duermevela, sueño sin sueños, pesadillas que aburren, alimentos sin sabor, sexo si amor, Robert L. Stevenson, los mares del sur sin salir de una habitación, abocados al mal alcohol y la violencia física, la ropa blanca, la lejía, la humedad, el agua encharcada.
Sensación de náufragos en tierra. Dora, sí, Dora y el marido, el exmarido, las niñas, las niñas muertas, el recuerdo de las niñas. Cuadros y libros, el botín de la playa, entre los restos, ser como gaviotas, ladrones, pordioseros, carroñeros. Un miércoles de sueño pastoso, se distingue la vida de la muerte por el sabor del café y el beicon. ¿Qué es lo que le da miedo a mi miedo? ¿Quién nos ha atrapado? Los fantasmas que ellos traen o los que allí se encuentran, todos organizan una gran fiesta aburrida, de lisiados emocionales, casi con un punto carcelario, de amores desesperados. Una pensión, en lo alto de una colonia, solo hay mar, no existe tierra adentro, es un sueño, desesperado. ¿Será esto el fin del mundo? Buena pregunta. Gente que entra y sale. Luz de un sol agotado que intenta avanzar entre la niebla y los vapores que exhala el olvido.
Una cebolla, su olor, su sabor, es algo de vida. Un sueño, una muerte, una pesadilla. El pez, el alquitrán, la sustancia negra y pegajosa que nos contiene, que contiene a los espíritus propios y ajenos, la parte más poética de esta novela de terror. Es el peso del pasado que abruma a sus protagonistas. Sin posesiones más allá de sus recuerdos. ¿Me puedes dar sábanas limpias? El lunes, el lunes. Antes, por favor. Las nuevas sábanas olían a moho, pero al menos, sabía que era la primera persona que dormía en ellas. Dora, ella, siente pasar sobre su cuerpo, en la oscuridad, esos viejos fantasmas camino de un lugar que ya no existía.
Fiestas para una soledad compartida, vino barato, el sexo frente al calor. La nostalgia es un fantasma con un garfio. Dora: si no no abría la boca. Nadie le prestaba atención, la invisibilidad es un lugar en el fin del mundo al que no llegan los paquetes de Amazon. Un quinto día, un sábado, un anoche. Una fiesta. No tengo nada que ponerme. Me entra la duda, de nuevo, lo vivo y lo muerto. En el naufragio de una existencia. La pizza es el recuerdo de la ausencia, empapando todo el libro. La pizza que Dora prohibía comer a sus hijas y ahora, la alimenta. En una fiesta, alcohol, desidia: Julia, gorda, borracha, Larry, magreo, baile, nos conformamos con cualquier cosa, es el final del mundo. Larry, con traje.
¿Y si estamos dentro del vientre de una ballena y nos mantiene drogados y callados y atontados mientras nos digiere?, ¿y si tiene razón? ¿Y si Kaaron Warren lo hubiera deslizado para reírse? No sería curioso.
Volver al sueño. Despertar por la mañana. Se repite el dolor de garganta (Miqui me duele al tragar), entran y salen los espíritus, ronca o grita por la noche, sin saber qué ha dicho, qué ha salido por su boca. Es un médium. Todos lo son en esa extraña mezcla diaria/nocturna. Una niña y un capitán. La niña habla del capitán. En el sueño la atmósfera es obsesiva. Como una sauna caliente. Costando respirar.
Llega el último acto. Una caravana. Trevor, el marido, la viuda, el otro marido. Una caravana, con una caja fuerte. Un hombre muerto con el secreto en la tumba. De pronto esta historia se convierte en un análisis de los servicios públicos de los médiums. Recuperando y encontrando lo que se llevaron los muertos. ¿Necesitas un fisio? ¿Clases particulares? ¿Contactar con los muertos?
Esta pensión es como un bar de vinos para espectros. Los fantasmas son como los sin techo. Y los solitarios. Pegan la hebra con cualquiera. Y no les cuesta dormir.
Quedarse a dormir. ¿Trajiste sus cenizas? Es el tiempo de dormir: busca en la caravana. El fantasma, los números, el odio, la permutación espiritual. Es un delirio. Son fajos de dinero. La médium acierta, todos quieren estar dentro, junto a, muy cerca. Es el vestido, puede ser de la mujer del capitán o de cualquiera. Si estás al tanto es más cerca. Si lo sabes es más fácil que entren en ti. Quiero ir al lugar donde están mis hijas. De vuelta a casa.
Roy, Trevor, Dora, sí Dora otra vez. Las niñas, el exmarido, los espíritus. Cada muerte es un gato que dejó escapar Edgard Allan Poe, si lo recuperamos, si los encontramos dentro de nosotros, Como aceite en sus huesos te hace dudar sobre qué lugar es el de los muertos y los vivos, es la narración casi cotidiana de la vida en un interludio, en el purgatorio, en el lugar donde la comida no sabe a nada y los sentidos están tan taponados que no hay nada que sentir.
Repito: si hay una vida después de la muerte, ella debería expiar su culpa.
Le duele la garganta, otra vez, el otro vino, los cepillos, el hambre, una casa, un muerto. Hijos vagabundos, mujer viuda. Solo, en mitad de la desolación, de la quimera, de duermevela de la muerte, de la duermevela de la vida, solo el recuerdo de sus niñas, ausentes y presentes a la vez, en la tristeza absoluta de la madre que se queda, atrás, en esta existencia desplegada, arrasada. Una historia de terror que es poesía del dolor y encaje de la duermevela para el amor.
Una historia de fantasmas para los que se niegan a olvidar
En las habitaciones el hedor, persiguiendo como el rastro de los otros inquilinos… ¿Qué persigue a los protagonistas del libro? ¿La muerte está detrás? ¿La muerte en vida? Buena pregunta, la sucesión de niebla-mar-naufragio, buscar en el apetito y el sexo algo de emoción, algo que encienda la excitación, los sentidos. La llaman Zorra, Freesia, Luke, la llegada de una médium, de Julia, la duda en el lector: ¿quién es el muerto, quién es el vivo? Y si la voz no es de los espíritus. Escuchar a un doctor, que duerme vestido de mujer, un capitán de barco que sabe algo sobre las niñas, ausentes protagonistas de todo el libro. Como aceite en sus huesos de Kaaron Warren editado por la Biblioteca de Carfax y traducido por Mª Pilar San Román. Marido, hijas, quién es el muerto, quién en el asesino.

Como con un marchamo kafkiano, nadie termina de irse o todos están en el mismo lugar. La novela nos permite elucubrar sobre la cantidad de muertes puede llegar a acumular una sola persona. Deseaba oír de su boca, de sus bocas muertas: «Mami, te queremos, no fue culpa tuya, mami», pero él, quién es él, el ausente, el presente, ya se había ido, como las niñas que no estaban. Los libros, otro objeto jugable, sensible, como las sábanas o el desayuno insípido, como los tesoros de la playa, Trevor y los libros de Roy, las novelas románticas. Ella, que insiste, quiere saber qué dice el asesino de sus hijas, que la persigue hasta la misma puerta del abismo, justo antes de embarcar en el último ferry hacia la muerte. Es un falso capitán, como todo lo que sucede en la novela, perversa mezcla de lo posible/imposible, es tan sencillo mentir: ¿quién eres?, ¿quién soy? Mira, siguen y siguen viniendo.

El sabor de la muerte y de la sal, pienso en aquella película de niebla y de piratas que aparecían de noche, por sorpresa, en una maldición insondable, The Fog (conocida como La niebla en español) es una película de terror estadounidense de 1980 dirigida por John Carpenter. El lugar era Antonio Bay. ¿La recuerdas? Los moluscos, los crustáceos. Y, claro, también Dagón, la secta del mar, en el pueblo de Innsmouth, híbridos, escondidos bajo los cortantes, donde el mar, el océano, viola la tierra. La geografía, de la playa a la mansión. No importa si está en alto. S
Sabemos que hay poca solidez, el agua arranca el suelo, poco a poco, es un motel de David Lynch, de Barry Giffford, de personajes terminales. En plena duermevela, sueño sin sueños, pesadillas que aburren, alimentos sin sabor, sexo si amor, Robert L. Stevenson, los mares del sur sin salir de una habitación, abocados al mal alcohol y la violencia física, la ropa blanca, la lejía, la humedad, el agua encharcada.

Sensación de náufragos en tierra. Dora, sí, Dora y el marido, el exmarido, las niñas, las niñas muertas, el recuerdo de las niñas. Cuadros y libros, el botín de la playa, entre los restos, ser como gaviotas, ladrones, pordioseros, carroñeros. Un miércoles de sueño pastoso, se distingue la vida de la muerte por el sabor del café y el beicon. ¿Qué es lo que le da miedo a mi miedo? ¿Quién nos ha atrapado? Los fantasmas que ellos traen o los que allí se encuentran, todos organizan una gran fiesta aburrida, de lisiados emocionales, casi con un punto carcelario, de amores desesperados. Una pensión, en lo alto de una colonia, solo hay mar, no existe tierra adentro, es un sueño, desesperado. ¿Será esto el fin del mundo? Buena pregunta. Gente que entra y sale. Luz de un sol agotado que intenta avanzar entre la niebla y los vapores que exhala el olvido.

Una cebolla, su olor, su sabor, es algo de vida. Un sueño, una muerte, una pesadilla. El pez, el alquitrán, la sustancia negra y pegajosa que nos contiene, que contiene a los espíritus propios y ajenos, la parte más poética de esta novela de terror. Es el peso del pasado que abruma a sus protagonistas. Sin posesiones más allá de sus recuerdos. ¿Me puedes dar sábanas limpias? El lunes, el lunes. Antes, por favor. Las nuevas sábanas olían a moho, pero al menos, sabía que era la primera persona que dormía en ellas. Dora, ella, siente pasar sobre su cuerpo, en la oscuridad, esos viejos fantasmas camino de un lugar que ya no existía.
Fiestas para una soledad compartida, vino barato, el sexo frente al calor. La nostalgia es un fantasma con un garfio. Dora: si no no abría la boca. Nadie le prestaba atención, la invisibilidad es un lugar en el fin del mundo al que no llegan los paquetes de Amazon. Un quinto día, un sábado, un anoche. Una fiesta. No tengo nada que ponerme. Me entra la duda, de nuevo, lo vivo y lo muerto. En el naufragio de una existencia. La pizza es el recuerdo de la ausencia, empapando todo el libro. La pizza que Dora prohibía comer a sus hijas y ahora, la alimenta. En una fiesta, alcohol, desidia: Julia, gorda, borracha, Larry, magreo, baile, nos conformamos con cualquier cosa, es el final del mundo. Larry, con traje.
¿Y si estamos dentro del vientre de una ballena y nos mantiene drogados y callados y atontados mientras nos digiere?, ¿y si tiene razón? ¿Y si Kaaron Warren lo hubiera deslizado para reírse? No sería curioso.
Volver al sueño. Despertar por la mañana. Se repite el dolor de garganta (Miqui me duele al tragar), entran y salen los espíritus, ronca o grita por la noche, sin saber qué ha dicho, qué ha salido por su boca. Es un médium. Todos lo son en esa extraña mezcla diaria/nocturna. Una niña y un capitán. La niña habla del capitán. En el sueño la atmósfera es obsesiva. Como una sauna caliente. Costando respirar.

Llega el último acto. Una caravana. Trevor, el marido, la viuda, el otro marido. Una caravana, con una caja fuerte. Un hombre muerto con el secreto en la tumba. De pronto esta historia se convierte en un análisis de los servicios públicos de los médiums. Recuperando y encontrando lo que se llevaron los muertos. ¿Necesitas un fisio? ¿Clases particulares? ¿Contactar con los muertos?
Esta pensión es como un bar de vinos para espectros. Los fantasmas son como los sin techo. Y los solitarios. Pegan la hebra con cualquiera. Y no les cuesta dormir.
Quedarse a dormir. ¿Trajiste sus cenizas? Es el tiempo de dormir: busca en la caravana. El fantasma, los números, el odio, la permutación espiritual. Es un delirio. Son fajos de dinero. La médium acierta, todos quieren estar dentro, junto a, muy cerca. Es el vestido, puede ser de la mujer del capitán o de cualquiera. Si estás al tanto es más cerca. Si lo sabes es más fácil que entren en ti. Quiero ir al lugar donde están mis hijas. De vuelta a casa.

Roy, Trevor, Dora, sí Dora otra vez. Las niñas, el exmarido, los espíritus. Cada muerte es un gato que dejó escapar Edgard Allan Poe, si lo recuperamos, si los encontramos dentro de nosotros, Como aceite en sus huesos te hace dudar sobre qué lugar es el de los muertos y los vivos, es la narración casi cotidiana de la vida en un interludio, en el purgatorio, en el lugar donde la comida no sabe a nada y los sentidos están tan taponados que no hay nada que sentir.
Repito: si hay una vida después de la muerte, ella debería expiar su culpa.
Le duele la garganta, otra vez, el otro vino, los cepillos, el hambre, una casa, un muerto. Hijos vagabundos, mujer viuda. Solo, en mitad de la desolación, de la quimera, de duermevela de la muerte, de la duermevela de la vida, solo el recuerdo de sus niñas, ausentes y presentes a la vez, en la tristeza absoluta de la madre que se queda, atrás, en esta existencia desplegada, arrasada. Una historia de terror que es poesía del dolor y encaje de la duermevela para el amor.
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