Cuando nacer mujer significa no poder escribir porque toca ocuparse de las tareas del hogar

Algunos textos, al releerse décadas después, se revelan como piezas clave para entender y transformar el presente. Que planche Rosa Luxemburgo, de la escritora Francisca Aguirre (Alicante, 1930; Madrid, 2019), con escritos entre 1979 y 1982 (aunque publicado en 1994), es uno de esos libros fundacionales.

«Lo que tengo son costumbres, vicios de pobres. Y los pobres, ya se sabe, no pueden perder el tiempo. Y menos si son amas de casa», escribió la autora en esta historia que reflexiona sobre el peso del mandato de los cuidados y las tareas domésticas que sufre la mujer. La editorial Carpe Noctem acaba de reeditar esta denuncia de la precariedad y frustración de las artistas obligadas a compaginar las labores domésticas, los cuidados familiares con el trabajo y el arte.

Escrito en tercera persona y trufado de reflexiones agudas, Que planche Rosa Luxemburgo sigue a un trasunto de la autora mientras desempeña las tareas del hogar. «Una de las claves del feminismo, desde sus inicios, es hacer de lo personal una cuestión política. Cuando Paca (Francisca) levanta la voz en este libro para explicar que ella no puede escribir, ni acudir a tertulias, ni estar en eventos y saraos donde se dirime quién es escritor y donde se deja uno ver, porque tiene que mantener la casa y sus tareas, está haciendo una denuncia personal, pero también social. Porque la suya es una historia personal, pero para nada única», razona María Aguirre, editora de Carpe Noctem.

La protagonista comparte datos con la autora: ambas tienen una hija (Guadalupe Grande, que, por desgracia, falleció a los 55 años en 2021). Y están casadas con un escritor. En el libro el escritor se llama Horacio, heterónimo de Félix Grande, el marido de Aguirre, que publicó el poemario Las Rubáiyátas de Horacio Martín. Ambas viven en Madrid.

«Francisca Aguirre era perfectamente consciente de la tensión entre las promesas de igualdad del socialismo y del feminismo –cada uno por su lado, a veces juntos– y la vida real de las mujeres. También de las de izquierdas. Los compañeros que decían querer construir un país nuevo, más igualitario y más justo, no tenían el más mínimo interés en lavar los platos. Eso debía de ser tan doloroso entonces como lo es ahora», nos cuenta Clara Morales, escritora y prologuista de esta reedición.

Aguirre debutó en la poesía con Ítaca (1972) –publicado cuando la escritora rebasaba los 40 años y Premio de Poesía Leopoldo Panero, 1972- una relectura del mito donde la protagonista es Penélope. «Si para otros», escribe Morales en el prólogo, «La Odisea era una historia de ida y de regresos de la patria y la infancia nunca del todo recuperadas, de la construcción de la identidad por los extraños caminos de la vida, es decir, la de Ulises, la poeta encuentra en ella una historia distinta. Una de espera, de silencio, de soledad, de la construcción de la identidad a través del recuerdo y en el aislamiento de la casa y la isla».

Que planche Rosa Luxemburgo es también un viaje: de idas y venidas al supermercado, a la panadería, a los recados; un viaje de la tabla de planchar a los fogones, de la lavadora a la habitación de la hija; de la butaca para por fin sentarse a leer un libro a la habitación contigua para comprobar si la tía enferma duerme.

Al marido no se le ocurre planchar, cocinar ni limpiar. «A ti esto de las tareas del hogar, más bien te da un cierto asco. Pero como no tienes hada madrina, pues, ale, como un cohete», confiesa con humor la protagonista. «El libro está lleno de hallazgos, pero hay un texto, La lámpara de Aladino, en que después de pasarse el día de acá para allá, la narradora se sienta en la mecedora, con la taza de café, un cigarrillo en una mano y el libro en la otra, y se dice a sí misma que la vida es, pese a todo, hermosa. Es un momento muy de Paca Aguirre, que fue una mujer que siempre tuvo abierta la herida de su infancia, con la guerra, el exilio, el asesinato del padre… pero que pese a todo estaba llena de vida», opina María Aguirre.

Aunque en su momento se etiquetó como novela, se trata de una escritura híbrida. «La situaría dentro de la escritura autobiográfica, del diario o de la autoficción. Los temas que le interesan son los mismos que le interesan en Ítaca o en Ensayo general, pero el tono es distinto. Más cercano, más humorístico, con una forma distinta de desgarro a veces», explica Morales.

Premiada con el Nacional de Poesía en 2011 y el Nacional de las Letras Españolas en 2018, Aguirre comenzó a trabajar con quince años de telefonista. Pronto frecuentó las tertulias del Ateneo de Madrid y del Café Gijón y a codearse con Miguel Delibes y Antonio Buero Vallejo. En 1963 se casó con Félix Grande, una presencia incómoda en el libro, pues da cuenta de la posición de privilegio del varón escritor con respecto a la escritora. Ellos no sacrifican ni una tertulia, ni una conferencia, ni un artículo, ni un recital. Y ellas lo sacrifican todo.

Virginia Woolf defendió en su ensayo de 1929 que bastarían una habitación propia y 500 libras anuales para que las escritoras gozaran de la misma libertad creativa que ellos. Pero Woolf, al contrario de Francisca Aguirre, tenía más recursos económicos y tenía sirvientas que le planchaban la ropa. «Si esas sirvientas hubieran tenido a su disposición ‘quinientas libras al año y una habitación propia’, probablemente no le habrían planchado las camisas», sentencia Clara Morales en el prólogo.

Aguirre creció en una familia de artistas y fue autodidacta. La sombra de la Guerra Civil marcó su vida desde niña: su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, fue ejecutado por el régimen franquista a garrote vil. Esa experiencia, junto con su origen humilde, atraviesa su obra y su mirada crítica. «Debo tener aspecto de ama de casa. Qué raro. Seguramente el tendero, el carnicero, el pescadero, cuando me ven, ven un ama de casa. Como yo, cuando les miro a ellos veo un tendero, un carnicero, un pescadero», reflexiona la protagonista del libro sobre la identidad y los roles sociales.

«Una idea clave de esta obra es la lucha por el tiempo. Lo estamos viendo con las batallas sociales por lograr una jornada laboral con menos horas y otras reclamaciones: hay una creciente necesidad de tiempo para desarrollarnos, cuidarnos y, en el caso de Paca y otros artistas, escribir y crear. Y esa necesidad es más acuciante en el caso de las mujeres, por la sencilla razón de que cargan con más trabajo no remunerado en el ámbito familiar», razona la editora María Aguirre.

Con Que planche Rosa Luxemburgo, Francisca Aguirre alza la voz por todas las mujeres que cargan con la doble jornada del hogar y la creación, recordándonos que el tiempo es también un acto de resistencia.

 Se reedita ‘Que planche Rosa Luxemburgo’, de la poeta Francisca Aguirre, un libro sobre las amas de casa.  

Algunos textos, al releerse décadas después, se revelan como piezas clave para entender y transformar el presente. Que planche Rosa Luxemburgo, de la escritora Francisca Aguirre (Alicante, 1930; Madrid, 2019), con escritos entre 1979 y 1982 (aunque publicado en 1994), es uno de esos libros fundacionales. 

«Lo que tengo son costumbres, vicios de pobres. Y los pobres, ya se sabe, no pueden perder el tiempo. Y menos si son amas de casa», escribió la autora en esta historia que reflexiona sobre el peso del mandato de los cuidados y las tareas domésticas que sufre la mujer. La editorial Carpe Noctem acaba de reeditar esta denuncia de la precariedad y frustración de las artistas obligadas a compaginar las labores domésticas, los cuidados familiares con el trabajo y el arte.

Escrito en tercera persona y trufado de reflexiones agudas, Que planche Rosa Luxemburgo sigue a un trasunto de la autora mientras desempeña las tareas del hogar. «Una de las claves del feminismo, desde sus inicios, es hacer de lo personal una cuestión política. Cuando Paca (Francisca) levanta la voz en este libro para explicar que ella no puede escribir, ni acudir a tertulias, ni estar en eventos y saraos donde se dirime quién es escritor y donde se deja uno ver, porque tiene que mantener la casa y sus tareas, está haciendo una denuncia personal, pero también social. Porque la suya es una historia personal, pero para nada única», razona María Aguirre, editora de Carpe Noctem. 

La protagonista comparte datos con la autora: ambas tienen una hija (Guadalupe Grande, que, por desgracia, falleció a los 55 años en 2021). Y están casadas con un escritor. En el libro el escritor se llama Horacio, heterónimo de Félix Grande, el marido de Aguirre, que publicó el poemario Las Rubáiyátas de Horacio Martín. Ambas viven en Madrid.

'Que planche Rosa Luxemburgo' está editado por Carpenoctem.
‘Que planche Rosa Luxemburgo’ está editado por Carpenoctem.
CEDIDA

«Francisca Aguirre era perfectamente consciente de la tensión entre las promesas de igualdad del socialismo y del feminismo –cada uno por su lado, a veces juntos– y la vida real de las mujeres. También de las de izquierdas. Los compañeros que decían querer construir un país nuevo, más igualitario y más justo, no tenían el más mínimo interés en lavar los platos. Eso debía de ser tan doloroso entonces como lo es ahora», nos cuenta Clara Morales, escritora y prologuista de esta reedición.

Aguirre debutó en la poesía con Ítaca (1972) –publicado cuando la escritora rebasaba los 40 años y Premio de Poesía Leopoldo Panero, 1972- una relectura del mito donde la protagonista es Penélope. «Si para otros», escribe Morales en el prólogo, «La Odisea era una historia de ida y de regresos de la patria y la infancia nunca del todo recuperadas, de la construcción de la identidad por los extraños caminos de la vida, es decir, la de Ulises, la poeta encuentra en ella una historia distinta. Una de espera, de silencio, de soledad, de la construcción de la identidad a través del recuerdo y en el aislamiento de la casa y la isla».

Paca Aguirre estuvo casada con el escritor Félix Grande. Falleció en 2019.
Paca Aguirre estuvo casada con el escritor Félix Grande. Falleció en 2019.
CEDIDA

Que planche Rosa Luxemburgo es también un viaje: de idas y venidas al supermercado, a la panadería, a los recados; un viaje de la tabla de planchar a los fogones, de la lavadora a la habitación de la hija; de la butaca para por fin sentarse a leer un libro a la habitación contigua para comprobar si la tía enferma duerme. 

Al marido no se le ocurre planchar, cocinar ni limpiar. «A ti esto de las tareas del hogar, más bien te da un cierto asco. Pero como no tienes hada madrina, pues, ale, como un cohete», confiesa con humor la protagonista. «El libro está lleno de hallazgos, pero hay un texto, La lámpara de Aladino, en que después de pasarse el día de acá para allá, la narradora se sienta en la mecedora, con la taza de café, un cigarrillo en una mano y el libro en la otra, y se dice a sí misma que la vida es, pese a todo, hermosa. Es un momento muy de Paca Aguirre, que fue una mujer que siempre tuvo abierta la herida de su infancia, con la guerra, el exilio, el asesinato del padre… pero que pese a todo estaba llena de vida», opina María Aguirre. 

Aunque en su momento se etiquetó como novela, se trata de una escritura híbrida. «La situaría dentro de la escritura autobiográfica, del diario o de la autoficción. Los temas que le interesan son los mismos que le interesan en Ítaca o en Ensayo general, pero el tono es distinto. Más cercano, más humorístico, con una forma distinta de desgarro a veces», explica Morales.

Premiada con el Nacional de Poesía en 2011 y el Nacional de las Letras Españolas en 2018, Aguirre comenzó a trabajar con quince años de telefonista. Pronto frecuentó las tertulias del Ateneo de Madrid y del Café Gijón y a codearse con Miguel Delibes y Antonio Buero Vallejo. En 1963 se casó con Félix Grande, una presencia incómoda en el libro, pues da cuenta de la posición de privilegio del varón escritor con respecto a la escritora. Ellos no sacrifican ni una tertulia, ni una conferencia, ni un artículo, ni un recital. Y ellas lo sacrifican todo.

Virginia Woolf defendió en su ensayo de 1929 que bastarían una habitación propia y 500 libras anuales para que las escritoras gozaran de la misma libertad creativa que ellos. Pero Woolf, al contrario de Francisca Aguirre, tenía más recursos económicos y tenía sirvientas que le planchaban la ropa. «Si esas sirvientas hubieran tenido a su disposición ‘quinientas libras al año y una habitación propia’, probablemente no le habrían planchado las camisas», sentencia Clara Morales en el prólogo.

Aguirre creció en una familia de artistas y fue autodidacta. La sombra de la Guerra Civil marcó su vida desde niña: su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, fue ejecutado por el régimen franquista a garrote vil. Esa experiencia, junto con su origen humilde, atraviesa su obra y su mirada crítica. «Debo tener aspecto de ama de casa. Qué raro. Seguramente el tendero, el carnicero, el pescadero, cuando me ven, ven un ama de casa. Como yo, cuando les miro a ellos veo un tendero, un carnicero, un pescadero», reflexiona la protagonista del libro sobre la identidad y los roles sociales.

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«Una idea clave de esta obra es la lucha por el tiempo. Lo estamos viendo con las batallas sociales por lograr una jornada laboral con menos horas y otras reclamaciones: hay una creciente necesidad de tiempo para desarrollarnos, cuidarnos y, en el caso de Paca y otros artistas, escribir y crear. Y esa necesidad es más acuciante en el caso de las mujeres, por la sencilla razón de que cargan con más trabajo no remunerado en el ámbito familiar», razona la editora María Aguirre.

Con Que planche Rosa Luxemburgo, Francisca Aguirre alza la voz por todas las mujeres que cargan con la doble jornada del hogar y la creación, recordándonos que el tiempo es también un acto de resistencia.

 20MINUTOS.ES – Cultura

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