El adiós de 'La familia de la tele': de la pompa del desfile al agobio del sarcófago

«Sálvame, ven nadando a mí. Sálvame, soy un náufrago. Cógeme, llévame, por favor, sálvame». La canción de Sálvame siempre tuvo bastante de profecía del porvenir del programa, desde que nació como debate posterior a Supervivientes. Nos identificamos con los perdedores y la pandilla de Telecinco estaba representada por personas que funcionan en su tragedia. Bueno, mejor si es una tragicomedia. Porque la compañía televisiva necesita un hilillo de esperanza para ser respirable.

El problema es cuando no se logra transmitir la alegría de la complicidad de la reunión de amigos. Aunque esté escrita en el guion. Menos todavía si los personajes son cristalinos. Esa ha sido la virtud en pantalla de María Patiño y Belén Esteban. También en su paso por TVE. Si ya sentimos en su rostro el vértigo al verlas encaramadas a las carrozas de la cabalgata de arranque de La familia de la tele, hemos sentido el agobio al ver cómo rehacían el camino por el que llegaron al Estudio 5 de Prado del Rey. Ahora sin público. Ahora en una comitiva de sarcófagos.

Los creadores de Sálvame y La familia de la tele saben que la televisión va unida a la teatralización. Entienden que hay que dar un colofón narrativo a las tramas. Y, esta vez, han jugado a una metáfora de la inmortalidad del faraón. Pero las cosas no siempre salen como imaginaste. Y la idea ha sido coherente en directo con la trayectoria del programa: un caos, con María Patiño saliendo del sarcófago y corriendo hacia algún lugar donde encontrar una comodidad que aquí no ha tenido.

Así La familia de la tele ha terminado contagiando asfixia. Literal. Si intentaban quitarse hierro, no lo han conseguido. Se cortaba la tensión en el ambiente y planeaba la sombra de la dificultad de ser humilde. Hasta para los que se creen humildes. Quizá esa es la última lección del autohomenaje de cierre que han podido celebrar los de La familia de la tele y que, en cambio, la mayoría de profesionales no tienen: ni en la tele ni en la vida. Tal vez, por eso mismo, por no percatarse de ese privilegio que han atesorado y no abrazar la humildad ni en el adiós, la audiencia ya no conecta con sus quehaceres, entre otras tantas circunstancias. No ayuda que los medios de comunicación somos muy de hablar de nosotros mismos. Y eso es peligroso si, de repente, piensas que con tu presencia basta. Porque la tele es lo contrario: es escuchar más que hablar, es entender la sociedad para no quedarte desacompasado de la gente. Nadie dijo que fuera fácil. Menos todavía si has cambiado la cercanía del barrio de extrarradio con sus edificios de ladrillo cara vista por la ostentosa pirámide del faraón. La historia está llena de civilizaciones que desaparecieron. Como la tele, repleta de proyectos que se terminan cada día. Sin posibilidad desfiles, sin margen para discursos.

 El final de ‘La familia de la tele’ ha dejado una lección televisiva.  

«Sálvame, ven nadando a mí. Sálvame, soy un náufrago. Cógeme, llévame, por favor, sálvame». La canción de Sálvame siempre tuvo bastante de profecía del porvenir del programa, desde que nació como debate posterior a Supervivientes. Nos identificamos con los perdedores y la pandilla de Telecinco estaba representada por personas que funcionan en su tragedia. Bueno, mejor si es una tragicomedia. Porque la compañía televisiva necesita un hilillo de esperanza para ser respirable.

El problema es cuando no se logra transmitir la alegría de la complicidad de la reunión de amigos. Aunque esté escrita en el guion. Menos todavía si los personajes son cristalinos. Esa ha sido la virtud en pantalla de María Patiño y Belén Esteban. También en su paso por TVE. Si ya sentimos en su rostro el vértigo al verlas encaramadas a las carrozas de la cabalgata de arranque de La familia de la tele, hemos sentido el agobio al ver cómo rehacían el camino por el que llegaron al Estudio 5 de Prado del Rey. Ahora sin público. Ahora en una comitiva de sarcófagos. 

Los creadores de Sálvame y La familia de la tele saben que la televisión va unida a la teatralización. Entienden que hay que dar un colofón narrativo a las tramas. Y, esta vez, han jugado a una metáfora de la inmortalidad del faraón. Pero las cosas no siempre salen como imaginaste. Y la idea ha sido coherente en directo con la trayectoria del programa. Un caos soberbio, con María Patiño saliendo del sarcófago y corriendo hacia algún lugar donde encontrar una comodidad que aquí no ha tenido.

Así La familia de la tele ha terminado contagiando asfixia. Literal. Si intentaban quitarse hierro, no lo han conseguido. Se cortaba la tensión en el ambiente y planeaba la sombra de la dificultad de ser humilde. Hasta para los que se creen humildes. Quizá esa es la última lección del autohomenaje de cierre que han podido celebrar los de La familia de la tele y que, en cambio, la mayoría de profesionales no tienen: ni en la tele ni en la vida. Quizá, por eso mismo, por no percatarse de ese privilegio y no rebajarse a la humildad, la audiencia ya no conecta con sus quehaceres, entre otras tantas circunstancias. No ayuda que los medios de comunicación somos muy de hablar de nosotros mismos. Y eso es peligroso si, de repente, piensas que con tu presencia basta. Porque la tele es lo contrario: es escuchar más que hablar, es entender la sociedad para no quedarte desacompasado de la gente. Nadie dijo que fuera fácil. Menos todavía si te sientes faraón. La historia está llena de civilizaciones que desaparecieron. Como la tele, repleta de proyectos que se terminan cada día. 

 20MINUTOS.ES – Televisión

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