El botín que haría grande el reinado de Mohamed VI de Marruecos: Trump le sirve en bandeja de plata el Sáhara Occidental

La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU legitima de facto el control que Rabat ya ejerce sobre la inmensa y rica en recursos ex colonia española Leer La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU legitima de facto el control que Rabat ya ejerce sobre la inmensa y rica en recursos ex colonia española Leer  

En Washington, inmersos en la preparación de los fastos de julio por el 250º aniversario de la independencia de EEUU, nadie olvida que el Sultanato de Marruecos fue la primera nación de todo el globo que reconoció la soberanía estadounidense, en 1777. Ese dato histórico ha pesado para bien durante décadas en la sintonía que, en general, ha dominado las relaciones entre la Casa Blanca y Rabat, cuyo régimen ha encandilado casi por igual a republicanos y demócratas -que se lo digan a Hillary Clinton-.

Y aquel gesto del siglo XVIII que autorizó a los barcos de los recién creados Estados Unidos de América a atracar en los puertos marroquíes, a lo que seguiría un significativo Tratado de Amistad, fue también lo que esgrimió Donald Trump en diciembre de 2020 -a punto de concluir su primer mandato- al anunciar que reconocía la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, subrayando que le correspondía a EEUU poco menos que devolver el favor de antaño.

En realidad, detrás de aquel anuncio que suponía un giro en la política de tintes neutrales que Washington llevaba décadas siguiendo respecto a la antigua colonia española, había toda clase de intereses. Sobre todo, el deseo del republicano de que Marruecos fuera uno de los países que suscribieran los Acuerdos de Abraham con Israel, en medio del ambicioso plan de Trump para reconfigurar la geopolítica de Oriente Próximo. Las elecciones a la Casa Blanca habían dado la victoria a Biden y aquel resultado descolocó a un Mohamed VI que sabía lo mucho que se jugaba con la reválida, al fin truncada, de Trump. Pero ni siquiera el veredicto de las urnas impidió que éste siguiera ejerciendo sus poderes casi en tiempo de descuento y propició el reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara Occidental a cambio del histórico acercamiento entre Rabat y Tel Aviv.

Una multitud de marroquíes celebra como una victoria la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.
Una multitud de marroquíes celebra como una victoria la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.AFP

Biden, a pesar de no significarse apenas respecto a la cuestión saharaui, tampoco desandó el terreno pavimentado por su predecesor. Y, mientras, el monarca alauí siguió cumpliendo su parte de estrechar lazos con el Estado judío, hasta el punto de anunciar la apertura de un consulado en Jerusalén, ahí es nada, casi en vísperas de que los atentados de Hamas del 7 de octubre de 2023 pusieran todo el tablero patas arriba una vez más.

En pocos países del mundo árabe ha habido tantas manifestaciones de rechazo popular por la ofensiva israelí en Gaza y, naturalmente, de descontento por la sintonía política del régimen marroquí con el Ejecutivo de Netanyahu. Pero Mohamed VI ha demostrado astucia y resiliencia, y, con la victoria hace un año de Trump para un segundo mandato, el rey marroquí volvió a frotarse las manos.

Sólo era cuestión de algo más de tiempo, por mucho que el recrudecimiento de la guerra en la devastada Franja palestina elevara la presión social. Y ahora el monarca se relame al fin mientras acaricia su botín. Porque el inquilino de la Casa Blanca esta vez sí le está pudiendo pagar su parte del trato, y la maquinaria diplomática estadounidense no ha cesado hasta conseguir que el pasado viernes el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobara una resolución que representa la última gran traición al pueblo saharaui y supone una victoria extraordinaria para la pretensión territorial marroquí. En el texto, se abraza la idea de que una autonomía para el Sáhara Occidental bajo soberanía marroquí «podría constituir una solución viable» al conflicto que se prolonga desde hace medio siglo, y que comenzó con la Marcha Verde.

A pesar de que la resolución renueva el mandato de la MINURSO -Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental-, las potencias parecen definitivamente entregadas al plan de autonomía que Rabat puso por primera vez sobre la mesa en 1991. Analistas de todo el mundo interpretan que estamos ante el entierro de toda posibilidad para que los saharauis puedan ejercer una libre autodeterminación. En agosto, con motivo de la Fiesta del Trono, Trump lo dejó claro una vez más: Washington no contempla otra cosa que no parta de la marroquinidad de la ex colonia española.

Si bien se está muy lejos aún de una solución definitiva para el Sáhara Occidental, lo ocurrido en los despachos de la ONU viene a legitimar el control que de facto Rabat ya ejerce sobre el territorio, porque da alas a la Monarquía alauí para ir todavía más lejos si cabe en su explotación y en la transformación de su fisonomía.

Tras la precipitada salida de España a finales de 1975, con un Franco dando las últimas boqueadas, se produjo la invasión de Marruecos y Mauritania -que se retiró en 1979- de un territorio sobre el que nunca habían tenido derecho de soberanía, tal como está más que acreditado por mucha mixtificación en sentido contrario que expanda el relato de Rabat, que controla aproximadamente el 80% del Sáhara Occidental, cuyo tamaño es mayor que la mitad de toda España.

Para la ONU, se trata del último territorio no autónomo del continente africano en vías de descolonización, siendo España de iure la potencia administradora. Y, con el alto el fuego aceptado en 1991 por el Reino alauí y el Frente Polisario -siempre respaldado por Argelia, país que no participó en la votación del Consejo de Seguridad del viernes-, comenzó un proceso que había de llevar al ejercicio de la autodeterminación de la población originaria, lo que se ha estrellado una tras otra vez con la parálisis de la comunidad internacional, aprovechada por Marruecos para avanzar en su control. Con la presentación en 2007 del Plan de Autonomía, Rabat dejó claro que jamás aceptaría nada que no pase por el reconocimiento de su soberanía.

El paso de Trump en 2020 hirió casi se podría decir que de muerte el anhelo saharaui. Porque marcó un punto de inflexión en la estrategia estadounidense, secundada por muchas potencias en los años siguientes a modo de fichas de dominó.

Así, en marzo de 2022, el Gobierno de Pedro Sánchez dio un giro histórico a la política exterior de nuestro país al anunciar que apoyaba que la ex colonia se convirtiera en una región autónoma dentro de Marruecos. «España considera que la iniciativa de autonomía es la base más seria, realista y creíble para la resolución de este diferendo», dijo el ministro de Exteriores, José Manuel Albares. Nunca se han explicado los motivos de ese cambio tan trascendental, una «traición» para el Polisario, máxime cuando se trata de una cuestión de Estado medular. Pero que la potencia administradora no sólo renunciara por la vía de los hechos a ejercer su responsabilidad histórica, sino que se alineara tan abiertamente con los intereses de la Monarquía del país vecino, dejaba las manos libres a otros países europeos a abrazar la realpolitik sin tanto miramiento.

Y eso es, de hecho, lo que han ido haciendo paulatinamente FranciaMacron sostuvo que el plan de autonomía es «la única base» para resolver el conflicto, lo que le ha condenado a las peores relaciones con Argelia desde la descolonización– o este pasado verano el Reino Unido, que también dio su respaldo a Rabat. Y a buen ritmo también han ido abriendo consulados en El Aaiún o Dajla varios países africanos, de Oriente Próximo o de América, seducidos por la diplomacia de chequera emprendida por Marruecos.

Donald Trump junto al rey Hasán II de Marruecos, en 1992.
Donald Trump junto al rey Hasán II de Marruecos, en 1992.GETTY

La convulsa geopolítica que está caracterizando a esta década se ha puesto a favor de los intereses de Mohamed VI. Tanto EEUU como la Unión Europea vieron en la desestabilización total de Libia el reverso de lo que desean para el Magreb occidental. Y el avance imparable del yihadismo en el Sahel, con inquietante penetración en países como Malí, enterró toda posibilidad de que Occidente apoyara la creación de un Estado saharaui independiente. La importancia que la Administración Trump concede a la normalización de relaciones del mundo árabe con Israel, como ya se ha dicho, ha prevalecido también en el apoyo a Rabat en su objetivo expansionista. Y, por si fuera poco, la diplomacia de la Monarquía alauí ha sido muy hábil en su acercamiento progresivo a Rusia y China, los dos países que podían haber vetado en el Consejo de Seguridad la resolución tan favorable a sus intereses. En el caso de Moscú, Mohamed VI le ha garantizado una total neutralidad y equidistancia ante la guerra en Ucrania. Y, con el gigante asiático, Rabat juega bien la carta de una única China, a propósito de la rebelde Taiwan, que a Xi Jinping le agrada sobremanera.

Mohamed VI y Trump quieren acelerar el proceso. Como explica Sonia Moreno en Marruecos. El vecino incómodo, «la espina dorsal del reinado del primero es el reconocimiento de la soberanía del Sáhara Occidental, una herencia de Hasán II que él quiere dejarle resuelto, o al menos muy encaminado, a su heredero». Y sabido es que la salud del monarca alauí es débil y que el debate sobre su sucesión está sobre la mesa. En cuanto al republicano, siente que resolver el contencioso del Sáhara sería otro motivo más para pasar a la Historia, pero sobre todo está muy interesado en el pingüe negocio.

Estados Unidos ha desplazado ya, de hecho, a Francia como primer inversor extranjero en Marruecos. Y el Sáhara Occidental no es poco botín. A la Monarquía alauí, más allá de la enorme ampliación de su patio trasero, le interesan sus grandes yacimientos de fosfato, hierro, titanio o uranio, por no hablar de sus bolsas ya probadas de hidrocarburos, y desde luego sus caladeros de pesca con los que, sin ir más lejos, negocia -cuando no chantajea– a Bruselas.

Mohamed VI ha encontrado en Trump al cómplice imprescindible que puede empujar como nadie a sentenciar la propiedad del Sáhara. El rey se beneficia no sólo de su sintonía con el magnate, sino también de la fascinación que el hoy presidente de EEUU sentía por su padre, el anterior soberano alauí, Hasán II. Sabido es que a Trump le gustan los hombres fuertes, como era él, y reconocía un igual en su carácter astuto y expansivo, por no hablar del olfato para los negocios compartido. Durante muchos años, la hija de Trump, Ivanka, y su marido, Jared Kushner, se han dejado caer periódicamente por Dajla y otras localidades saharauis, testigos de los proyectos casi faraónicos en los que trabajan compañías estadounidenses y multinacionales de otros países que están transformando El Dorado, como se conoce a parte del Sáhara Occidental por los beneficios de su explotación.

Así, cuando se cumplen 50 años de la Marcha Verde, Mohamed VI ha decidido no dar ningún discurso por la efeméride. A fin de cuentas, sería rememorar la invasión de un territorio que reclama como suyo y que hoy está más cerca de que la sociedad de naciones se lo reconozca. Todo un hito de su reinado, la gran causa nacional -junto con la recuperación de Ceuta y Melilla, no se olvide- que concita el apoyo unánime de los marroquíes a través de la exacerbación del nacionalismo que siempre permite al Trono apuntalarse, incluso en tiempos de turbulencias como los actuales.

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