El gran duque Enrique de Luxemburgo celebra sus bodas de plata, a punto de abdicar

El rico país centroeuropeo festeja durante tres días los 25 años de reinado de su jefe de Estado Leer El rico país centroeuropeo festeja durante tres días los 25 años de reinado de su jefe de Estado Leer  

Luxemburgo celebra las bodas de plata como soberano de su jefe de Estado, el gran duque Enrique de Nassau. La ocasión cobra una relevancia muy especial dado que el titular de esta Monarquía parlamentaria -una de las 10 que hay hoy en Europa- está a punto de abdicar la corona en su primogénito, el príncipe Guillermo.

Los fastos comenzaron este sábado con una recepción por parte de la alcaldesa de la capital del país a la pareja real, el monarca y su consorte, la gran duquesa María Teresa, que saludaron a la multitud de ciudadanos que se concentraron en la emblemática plaza Guillaume II. A lo largo de la tarde, se sucedieron las actuaciones musicales, como la de la cantante de jazz estadounidense Dee Bridgewater. Y la jornada concluirá con la proyección de un espectáculo de luz y sonido sobre la fachada del Palacio Real en la que se hizo un repaso de estos 25 años de reinado. Los festejos seguirán el domingo con la visita de los grandes duques y de los herederos a las localidades de Esch-sur-Alzette y de Mondercange. Aunque los platos fuertes se servirán el lunes, coincidiendo con el Día Nacional, cuando, entre otros eventos, tendrán lugar un Te Deum en la Catedral de Notre Dame de Luxemburgo y un gran desfile militar presidido por toda la dinastía.

Curiosamente, pese a que el gran duque Enrique esté soplando las 25 velas de su tarta como soberano, si se cumple lo previsto en realidad no llegará a cumplir un cuarto de siglo redondo en el trono. Y es que el actual jefe de los Nassau sucedió a su padre, el gran duque Juan, el 7 de octubre de 2000, la histórica fecha de su abdicación. Y ahora él, como anunció en su último mensaje de Navidad, ha decidido traspasar todos los poderes a su sucesor el próximo 3 de octubre. Luxemburgo es, junto a otras naciones europeas como Países Bajos, una de las Monarquías parlamentarias más que asentadas en las que las abdicaciones reales, lejos de representar ninguna ruptura traumática, se han convertido en los últimos siglos en una costumbre tan aceptada como natural.

El proceso de traspaso de la corona va, en realidad, por capítulos. Así, el pasado octubre, el príncipe Guillermo ya se convirtió en lugarteniente representante del soberano, lo que significa que desde entonces asume buena parte de las funciones de su padre y ya actúa como una especie de monarca bis.

En Luxemburgo -con poco más de 650.000 habitantes y el PIB per cápita más alto del globo, según los informes periódicos del Fondo Monetario Internacional-, la Corona goza de una alta popularidad. Las encuestas más recientes indican que el 69% de los ciudadanos considera que la monarquía parlamentaria es la mejor forma de gobierno para su país, un dato no muy inferior al 77,8% de los luxemburgueses que respaldaron el mantenimiento de la institución y la continuidad dinástica en un decisivo referéndum tras la Primera Guerra Mundial. Hoy, en este sentido, se da la circunstancia de que entre los simpatizantes de partidos como el socialista o el de los verdes hay una importante demanda para que la nación vuelva a ser consultada sobre la monarquía, si bien la mayoría cree que ello serviría para renovar su refrendo a través de las urnas.

La clase política luxemburguesa reconoce la labor de Enrique a lo largo de este cuarto de siglo tanto para apuntalar la estabilidad política interna como para proyectar la imagen de la pequeña nación en el resto del mundo. «El gran duque es símbolo de nuestra independencia, de nuestra identidad y de la continuidad del Estado«, subrayó justo ahora hace un año el primer ministro Luc Frieden, a modo de elogio cuando el soberano (70 años) sorprendió a propios y extraños con su decisión de jubilarse.

En estos 25 años, en el plano estricto de las funciones como jefe de Estado, Enrique provocó una crisis institucional en 2008 cuando advirtió de su negativa a firmar la ley para despenalizar la eutanasia que entonces tramitaba -y que aprobó por mayoría- el Parlamento, invocando razones de conciencia, ya que el gran duque es un ferviente católico practicante. El episodio recordó mucho al que tiempo antes había protagonizado su tío el rey Balduino de los belgas, quien fue incapacitado durante 36 horas como estratagema legal para sortear la crisis que supuso su negativa a firmar una ley del aborto. En Luxemburgo, el entonces primer ministro, el socialcristiano Jean-Claude Juncker, tuvo que ponerse manos a la obra para sacar adelante en tiempo récord una reforma constitucional por la cual desde ese momento el gran duque dejó de sancionar las leyes, limitándose su función a refrendarlas. De ese modo, Enrique pudo sortear el problema de conciencia que le suponía dar su visto bueno a una ley que regulaba la eutanasia.

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