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La imagen de Muhammad Abd al-Salam Nasralah aparecía en el centro. Secundado por las fotos de otros dos miembros de Hizbulá que ya no existen: el ex líder del partido, Hasan Nasralah, y quien debía ser su sucesor, Hashem Safieddine. Varias docenas de personas se alineaban frente al orador en un pequeño espacio alfombrado con pétalos de flores.
En vísperas de la simbólica festividad de Ashura -una conmemoración sagrada para la comunidad chií, a la que pertenecía los tres fallecidos-, el locutor incidió en la necesidad de aceptar «el sacrificio» recordando la figura de Hussein, el nieto de Mohamed y segundo jefe espiritual de esta corriente del Islam, cuyo asesinato se recuerda durante esa decena de jornadas.
Muchos vecinos de la ciudad libanesa de Hula habían aprovechado el funeral para acercarse hasta las ruinas de lo que antes fue su localidad. El recinto acotado para las exequias semejaban ser la única modificación introducida en la villa desde la última visita del periodista. El resto seguía igual. Una sucesión de edificaciones convertidas en montañas de escombros.
A Muhammad Abd al-Salam lo mató un dron israelí este lunes mientras cuidaba sus panales de abejas. La hija de Mahmud Hassan Atue, Hadiya, dice que a su padre lo destrozó otro avión no tripulado el 29 de mayo «cuando vigilaba un depósito de agua». «Iba vestido de civil, no llevaba ningún arma. Estaba haciendo su trabajo, era un empleado municipal encargado de la distrubició de agua», afirma.
Para Tel Aviv, sin embargo, la actividad de los dos fallecidos no parece ser lo primordial. Lo era que ambos militaban en Hizbulá. «El mensaje es que no puede haber miembros de Hizbulá al sur del río Litani. Los están asesinando uno a uno», opina Hussein Yehya, vecino de Kfar Kila, una de las localidades libanesas limítrofes con Israel.
«Hizbulá está respetando el alto el fuego pero Israel sigue matando a nuestra gente todos los días. ¿Hasta cuándo vamos a aguantar sin responder?», se pregunta Hadiya en un perfecto inglés, que aprendió durante su licenciatura en Biología.
Las palabras de la joven de 26 años reflejan la angustia que se vive en la región del sur del Líbano ante los repetidos ataques de la aviación israelí, pese al alto el fuego vigente entre Hizbulá e Israel desde el 27 de noviembre del 2024.
Los recurrentes bombardeos -que han alcanzado la capital Beirut- han dejado un balance de al menos 176 víctimas mortales, civiles y militantes mezclados, según el recuento del diario local L’Orient Le Jour. Un trágico balance que ha reforzado la aprehensión en la nación árabe ante la inestabilidad generada por el ataque israelí contra Irán, el principal soporte de Hizbulá.
Las autoridades del país intentan que Líbano -campo de batalla donde se libró durante décadas la pugna militar entre Teherán y Tel Aviv- se mantenga esta vez al margen de la confrontación.
Diversos portavoces del grupo paramilitar citados por los medios libaneses han dejado claro que el Partido de Dios no intervendrá en esta guerra, tras el significativo castigo que recibió durante su confrontación con Israel.
Según el think tank israelí Alma Center, las fuerzas de Tel Aviv eliminaron durante la guerra a más de 170 altos cargos y comandantes sobre el terreno, y a cerca de un 15 por ciento de los efectivos del grupo paramilitar.
Tras el cese el fuego, el Partido de Dios aceptó replegar sus fuerzas lejos de la frontera israelí entregando toda sus posiciones al ejército libanés. Hace días, el primer ministro libanés, Nawaf Salam, aseguró que las fuerzas armadas locales habían «desmantelado más de 500 posiciones militares» del grupo al sur del río Litani.
La no implicación de la formación armada libanesa en el presente conflicto es un juicio que comparten hasta los expertos israelíes. La ex asesora de Benjamin Netanyahu, Orna Mizrahi opinó en un reciente análisis para el Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de ese país que «Hizbulá parece permanecer fuera del círculo de la guerra» por varias razones, incluida su «debilidad tras su derrota en la guerra» y «los continuos ataques israelíes casi a diario contra sus operativos e infraestructura».
Sin embargo, en plena euforia bélica Tel Aviv y su principal soporte, EEUU, han exigido a Beirut que Hizbulá entregue todas sus armas, como han indicado numerosos informes filtrados por los medios locales. Una opción imposible de asumir por el sucesor de Hassan Nasrallah, Naim Qassem.
Según la publicación Al Mondon, el mensaje que el enviado estadounidense Tom Barak hizo llegar al nuevo presidente Joseph Aoun es que o Hizbulá cesa su actividad armada o Washington dejará el camino abierto como ha ocurrido en Irán «para otra guerra de Israel».
Al mismo tiempo, Tel Aviv parece insistir en su pretensión de crear una franja casi deshabitada en torno a la linde divisoria hasta tal punto que en marzo y abril lanzó una ofensiva aérea para destruir decenas de contenedores que habían sido ubicados como habitáculos provisionales en más de una docena de poblaciones próximas a su territorio. Las estructuras calcinadas todavía son visibles en la zona.
«En Kfar Kila habían colocado cinco: uno para que sirviera como panadería. Dos que debían ser baños y otros dos como oficinas. Los quemaron todos en una noche. El mensaje es que no puede vivir nadie en la zona. No deja ni instalar tiendas de campaña», precisa el citado Hussein Yehya, alias El Argentino.
Su aldea, sita justo al lado del muro que marca el comienzo de Israel, sigue siendo un mar de ruinas deshabitadas como Houla. «Sólo han vuelto dos familias y el clérigo de la mezquita», apunta el libanés mientras recorre con su vehículo las rutas acotadas por montañas de escombros.
La desolación es prácticamente la misma que ya se observaba en noviembre del 2024 a lo largo de toda la zona donde confluyen ambos países. Las nuevas construcciones son una excepción y ninguna se encuentra en poblaciones vecinas de Israel.
El pequeño café de Abbas Youmaa es una excepción. El libanés ha recurrido al ingenio local para intentar protegerse. Ha pintado el lugar de azul, como si fuera una base de los cascos azules -de hecho ha colocado una bandera de la ONU en el interior- y ha dejado el techo abierto para permitir que los drones israelíes puedan vigilar lo que ocurre en el interior. El enclave está ubicado justo en la línea de demarcación, a metros de una base israelí. Youmaa se encoge de hombros cuando se le pregunta si confía en que esta estrategia evitará que lo vuelvan a destruir como ocurrió durante la guerra pasada.
Los activistas locales que han decorado algunos muros del villorrio de Maifadoun con pintadas que dicen «Disfruta la vida» o «Haz arte y no hagas la guerra» son también una rareza en una geografía por la que casi no circula vehículos ante el zumbido de los drones israelíes es una constante.
La inactividad de Hizbulá en el choque iraní-israelí es un elemento más que incide en el progresivo deterioro de la influencia que tuvo Irán en la región, que proyectó durante años gracias a grupos afines como el movimiento libanés o las milicias que apoya en Irak, Yemen o antes en Siria. La caída del régimen del líder sirio Bashar al Asad desbarató toda esta estrategia.
Desde que Israel comenzó a bombardear Irán el pasado día 13, la única formación del apodado Eje de la Resistencia -las milicias aliadas de Teherán- que ha secundado a su mentor han sido los hutíes yemeníes, que llevan meses lanzando misiles contra Israel. El mismo día de la arremetida inicial israelí, fuentes estadounidenses dijeron a AP que una de sus bases en Irak había sido atacada con 3 drones, que fueron derribados, pero nadie reivindicó dicho suceso.
La figura de Yalal Nasser, propietario del restaurante Liilandee de la ciudad sureña de Nabatiye, fumándose una pipa de agua sobre las ruinas de su establecimiento el mismo día que se dictó el alto el fuego entre Hizbulá e Israel el año pasado fue una de las imágenes más icónicas de esas jornadas en el país árabe.
El libanés de 50 años consiguió reabrir el lugar al mes y medio. «He tenido que invertir más de 200.000 dólares», apunta.
El Liilandee se encuentra ubicado en lo que solía ser el centro comercial más moderno de Nabatiye, que fue arrasado cuando los israelíes bombardearon la calle, aplastando literalmente casi una decena de edificios.
«Las bombas cayeron del otro lado de la calle pero la onda expansiva reventó todo el centro comercial. Yo había estado durmiendo en el restaurante durante más de 10 días. Me fui a Beirut tres días antes. Si me hubiera quedado aquí no estaríamos hablando ahora», dice Nasser.
Para él, como para muchos libaneses, el duelo actual entre Tel Aviv y Teherán es tanto un alivio como un espectáculo, al que asisten a diario aferrados a las citadas narguiles. Por una vez en muchos meses, los cohetes que ha grabado Nasser con su teléfono en las últimas jornadas no se dirigen al territorio libanés, sino al vecino Israel.
Las redes sociales del país están repletas del vídeo de la boda o de los jóvenes danzando en una discoteca, que celebraron bailando el paso de los misiles iraníes. «Aquí la gente lo celebra con gritos y ráfagas de ametralladoras al aire», explica Hussein Yehya, alias El Argentino, un residente de la aldea de Kfar Kila que vive desplazado en Nabatiye.
Líbano se ha convertido en una de las vías más usadas por los misiles de Teherán para dirigirse hacia Israel, especialmente hacia Haifa y la región norteña, ante la inexistencia de defensa aéreas en este país que puedan frenar su avance. Irán reproduce así las continuas violaciones de la soberanía aérea libanesa que lleva décadas protagonizando la fuerza aérea israelí.
Yalal Nasser es uno de los numerosos libaneses de confesión chií que comparten a la vez la satisfacción de ver cómo Israel e Irán son ahora los que sufren los estragos de una guerra total. «Israel es el enemigo tradicional. Cuando yo tenía ocho años ya estaban aquí, ocupando Líbano. Pero ¿dónde estaba Irán cuando Israel nos estaba destrozando? ¿No eran ellos los que decían que había que sacrificarse por Palestina?», comenta.
Es una opinión que comparte un significativo sector de esa comunidad e incluso de los militantes de Hizbulá, según Nicholas Blanford, del think tank Atlantic Council.
«Hay resentimiento y descontento hacia Irán por parte de Hizbulá porque sienten que los abandonó en el reciente conflicto», declaró a la emisora Al Jazeera.
A nivel más general, los libaneses -al igual que los sirios- comparten la desafección hacia dos polos de poder que identifican con el origen de muchos de los males que han sacudido a la región durante las últimas décadas.
Como escribía el reputado diario local L’Orient Le Jour en su editorial de este martes, es «un enfrentamiento entre dos monstruos, cada uno con su cuota de responsabilidad en los sangrientos trastornos que conoce nuestra parte del mundo. Una teocracia medieval empeñada en exportar su ideología, y un estado (Israel) presa de sus delirios bíblicos de hegemonía, gobernado por un hombre que no encuentra otra posibilidad de supervivencia política que la guerra».
Tan sólo los convencidos como Hadiya Atue -la hija del militante de Hizbulá- expresan una alegría sin restricciones por la destrucción que sufre Israel, sin reparar en la que afecta a Irán. «Era hora de que sintieran el dolor y el miedo que hemos sentido los libaneses», concluye.
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