El libro La belleza del otro se alzó con el Premio de Poesía Hermanos Argensola en el año 2024. Antonio Praena, granadino de 1973, convierte la poesía en un espejo entre lo orgánico y lo divino, entre el hoy y el ayer, entre lo cercano y lo universal. La primera parte del libro, Una palabra suya, nos introduce en el alguien, en el porqué, el contraste entre lo mundano y lo etéreo: «Lluvia de papeles que, ardiendo en plena noche…» se desborda, puesto que la pureza del alquitrán urbano no es más que una vida nutricia, casi fuera de temporada: idioma-venganza y un día. El 15 de octubre, donde llega la perdición: «Ahora comprendo que soy ese que ya no tiene padre». Un flujo continuado de vida y muerte, de juventud y vejez. Algo se rompe: «Traen mi padre a esta orilla/si estás oyendo esto». Dos poetas místicos, dos líricos del éter, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Poetas del canon divino, de la fe: «El equilibrio/consiste en resbalar cuando obedece». ¿Quién salva el vértigo, la caída, el pecado en puro arte?: «No es la belleza/lugar para cobarde».
La médula de un cuerpo compite por alcanzar la frontera de este mundo. Con poemas de corte más narrativos, la mujer que estudia, el cuaderno donde se acumulan los cuidados del enfermo: «al verla recupero la confianza/en este viejo oficio de explicar los misterios eternos». O encuentra la palabra: «Un dios que no se aclara es un dios muerto». La belleza y la melancolía conviven en una conversación entre un padre ausente, poema de la paz o la expiación.
Hablar de ausencia es hablar de muerte, por supuesto, pero nos lleva a la enésima reflexión, sobre hablar al muerto como un modo de hacer llevadero el duelo, ¿un acto de esperanza por el arte del lenguaje?
La palabra es un ente abstracto, lógico, semántico, que permite la dualidad de plano, entre existencia aislada y realidad: «El olor que desprende la tierra tras la lluvia/estará ya en la tierra y en la lluvia». Pero en ninguna de ellas por sí sola. Lenguas y traducciones, verdades apócrifas, libros que son realidades, sinópticos (la perspectiva global del libro como poema o como vida). Vencer al miedo con el báculo de la fe, ¿Quién tiene fe? ¿Quién se confía a un cuerpo del que solamente conocemos las llagas?
En la segunda parte, “El todo en el fragmento”: ¿Qué es el recuerdo? ¿algo orgánico? «Los rostros que tocaron nuestros dedos/justo al instante de nacer». La metáfora que rompe el poema, el paroxismo que separa al padre del hijo: «Son las manos de un hijo/a punto de oficiar el sacramento/en el primer aniversario/de su padre difunto». ¿Qué es el padre, qué es el hijo? Dios o la carne: «Es aquel hombre serio/ y es el hombre del último verano» Todo lo que el tiempo arrebata, la belleza se condensa, tocar y recordar, respirar desde una nube, decir adiós. Un homenaje y un recuerdo: «Sufrir es una forma de homenaje». El poeta tiene mi edad y encuentra a su padre muerto, llega tarde a la vida de su padre, llega pronto a su muerte.
Las verdades y las mentiras, ambas lo persiguen (me persiguen/nos persiguen): «Somos todos los lentos que vagan por el mundo».
La belleza del mundo se hace opaca, pierde valor frente a lo terrible: «Quién no ha visto a mi padre/muerto, pero dormido, /completamente muerto, pero solo dormido, /confiado en despertar por la mañana/que sigue a tanta venda». Abrazar, cambiar, mundo. Adelfas, Aristóteles y Stalin. Wagner y el miedo que provoca vigorexia: «No había nadie en su tumba, /según iban diciendo unas mujeres/por todas las calzadas del Imperio/que acabó, que está acabando a estas horas». Santo Tomás de Aquino, Adorno, la ausencia del poeta que deja categoría y nombre. Recuerdo a Pablo García Baena, en la Córdoba del otro Pablo (García Casado), en la Semana Santa, más allá de todo, más acá, carne y sangre (y noche): «Por los puentes se besan/la boca que padece y el gemido de la gloria». Velludos los torsos de la soledad visigoda (y romana): «Amar mucho/morirse muy del todo/para un resucitar infinito». ¿Qué alimento engrandece el pozo? «Dadle besos/al pan que se nos caiga de las manos».
La última parte de “La belleza del otro” tiene como título “La mirada del otro”. Lugares, Córdoba, Valencia, paganos y sagrados. Castilla y Dakota del Norte, Cervantes y Frances McDormand, dejar de respirar y encontrarse en Albacete, quijotes frente a búfalos eléctricos. Te detienes en un motel, hielo de máquina y buganvilla que saturan, por igual, al fantasma de Sam Shepard o el de Enrique Morente: «No lugares propicios a la no permanencia».
Alimento, orgánico o pedagógico. El tío Vania, Rusia y Japón, Norwegian wood, ¿Qué lugar eliges? En el poema, los estados brutos, acontece sobre la materia y sus estados. Los animales más rudos: «Un cachorro con botas de boxeo/y un poeta que escribe mercromina/ocurre algunos viernes». En el sudor conviven animales y desconocidos. De la materia a la onda, del sí al corpúsculo, ¿el alma frente a la luz que se apaga al cerrar al frigorífico? «Hay cosas que es mejor creer a ciegas/y esperar en silencio». ¿Locura? ¿Cuándo? ¿Todo el mundo sufre?: «Ese es, al fin y al cabo, mi destino: /fundirme con los locos/y en ellos comulgan lo que no se entiende/de mí, de ti, de Dios, de todos juntos», el poeta es eco de los dioses (¿de uno, de varios?), así que se utiliza la locura como idioma delicado: «Habla clara en las calles/lo que callan los sabios/la santa enfermedad de la inocencia».
Un cierre donde se descubre como demiurgo, como emisario, como transmisor: «Este libro, estas letras/han sido reveladas por un dios olvidado». El fantasma, el solitario, se encuentra frente al mar, lo más cercano a lo universal, lo efímero, el hombre, en la tierra, el Dios en el universo: ¿Quién toca, qué cuerpo? ¿Qué voz?: «Soy el hombre mirado/por alguien que no existe».
Antonio Praena obtiene el Hermanos Argensola con ‘La belleza del otro’
El libro La belleza del otro se alzó con el Premio de Poesía Hermanos Argensola en el año 2024. Antonio Praena, granadino de 1973, convierte la poesía en un espejo entre lo orgánico y lo divino, entre el hoy y el ayer, entre lo cercano y lo universal. La primera parte del libro, Una palabra suya, nos introduce en el alguien, en el porqué, el contraste entre lo mundano y lo etéreo: «Lluvia de papeles que, ardiendo en plena noche…» se desborda, puesto que la pureza del alquitrán urbano no es más que una vida nutricia, casi fuera de temporada: idioma-venganza y un día. El 15 de octubre, donde llega la perdición: «Ahora comprendo que soy ese que ya no tiene padre». Un flujo continuado de vida y muerte, de juventud y vejez. Algo se rompe: «Traen mi padre a esta orilla/si estás oyendo esto». Dos poetas místicos, dos líricos del éter, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Poetas del canon divino, de la fe: «El equilibrio/consiste en resbalar cuando obedece». ¿Quién salva el vértigo, la caída, el pecado en puro arte?: «No es la belleza/lugar para cobarde».

La médula de un cuerpo compite por alcanzar la frontera de este mundo. Con poemas de corte más narrativos, la mujer que estudia, el cuaderno donde se acumulan los cuidados del enfermo: «al verla recupero la confianza/en este viejo oficio de explicar los misterios eternos». O encuentra la palabra: «Un dios que no se aclara es un dios muerto». La belleza y la melancolía conviven en una conversación entre un padre ausente, poema de la paz o la expiación.
Hablar de ausencia es hablar de muerte, por supuesto, pero nos lleva a la enésima reflexión, sobre hablar al muerto como un modo de hacer llevadero el duelo, ¿un acto de esperanza por el arte del lenguaje?
La palabra es un ente abstracto, lógico, semántico, que permite la dualidad de plano, entre existencia aislada y realidad: «El olor que desprende la tierra tras la lluvia/estará ya en la tierra y en la lluvia». Pero en ninguna de ellas por sí sola. Lenguas y traducciones, verdades apócrifas, libros que son realidades, sinópticos (la perspectiva global del libro como poema o como vida). Vencer al miedo con el báculo de la fe, ¿Quién tiene fe? ¿Quién se confía a un cuerpo del que solamente conocemos las llagas?

En la segunda parte, “El todo en el fragmento”: ¿Qué es el recuerdo? ¿algo orgánico? «Los rostros que tocaron nuestros dedos/justo al instante de nacer». La metáfora que rompe el poema, el paroxismo que separa al padre del hijo: «Son las manos de un hijo/a punto de oficiar el sacramento/en el primer aniversario/de su padre difunto». ¿Qué es el padre, qué es el hijo? Dios o la carne: «Es aquel hombre serio/ y es el hombre del último verano» Todo lo que el tiempo arrebata, la belleza se condensa, tocar y recordar, respirar desde una nube, decir adiós. Un homenaje y un recuerdo: «Sufrir es una forma de homenaje». El poeta tiene mi edad y encuentra a su padre muerto, llega tarde a la vida de su padre, llega pronto a su muerte.

Las verdades y las mentiras, ambas lo persiguen (me persiguen/nos persiguen): «Somos todos los lentos que vagan por el mundo».
La belleza del mundo se hace opaca, pierde valor frente a lo terrible: «Quién no ha visto a mi padre/muerto, pero dormido, /completamente muerto, pero solo dormido, /confiado en despertar por la mañana/que sigue a tanta venda». Abrazar, cambiar, mundo. Adelfas, Aristóteles y Stalin. Wagner y el miedo que provoca vigorexia: «No había nadie en su tumba, /según iban diciendo unas mujeres/por todas las calzadas del Imperio/que acabó, que está acabando a estas horas». Santo Tomás de Aquino, Adorno, la ausencia del poeta que deja categoría y nombre. Recuerdo a Pablo García Baena, en la Córdoba del otro Pablo (García Casado), en la Semana Santa, más allá de todo, más acá, carne y sangre (y noche): «Por los puentes se besan/la boca que padece y el gemido de la gloria». Velludos los torsos de la soledad visigoda (y romana): «Amar mucho/morirse muy del todo/para un resucitar infinito». ¿Qué alimento engrandece el pozo? «Dadle besos/al pan que se nos caiga de las manos».

La última parte de “La belleza del otro” tiene como título “La mirada del otro”. Lugares, Córdoba, Valencia, paganos y sagrados. Castilla y Dakota del Norte, Cervantes y Frances McDormand, dejar de respirar y encontrarse en Albacete, quijotes frente a búfalos eléctricos. Te detienes en un motel, hielo de máquina y buganvilla que saturan, por igual, al fantasma de Sam Shepard o el de Enrique Morente: «No lugares propicios a la no permanencia».

Alimento, orgánico o pedagógico. El tío Vania, Rusia y Japón, Norwegian wood, ¿Qué lugar eliges? En el poema, los estados brutos, acontece sobre la materia y sus estados. Los animales más rudos: «Un cachorro con botas de boxeo/y un poeta que escribe mercromina/ocurre algunos viernes». En el sudor conviven animales y desconocidos. De la materia a la onda, del sí al corpúsculo, ¿el alma frente a la luz que se apaga al cerrar al frigorífico? «Hay cosas que es mejor creer a ciegas/y esperar en silencio». ¿Locura? ¿Cuándo? ¿Todo el mundo sufre?: «Ese es, al fin y al cabo, mi destino: /fundirme con los locos/y en ellos comulgan lo que no se entiende/de mí, de ti, de Dios, de todos juntos», el poeta es eco de los dioses (¿de uno, de varios?), así que se utiliza la locura como idioma delicado: «Habla clara en las calles/lo que callan los sabios/la santa enfermedad de la inocencia».

Un cierre donde se descubre como demiurgo, como emisario, como transmisor: «Este libro, estas letras/han sido reveladas por un dios olvidado». El fantasma, el solitario, se encuentra frente al mar, lo más cercano a lo universal, lo efímero, el hombre, en la tierra, el Dios en el universo: ¿Quién toca, qué cuerpo? ¿Qué voz?: «Soy el hombre mirado/por alguien que no existe».
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