La Generación Z globaliza la protesta desde las redes sociales

Gestadas en las redes y alimentadas por la frustración con sistemas que no les representan, las protestas juveniles que se extienden de Asia a Sudamérica comparten un símbolo global de resistencia: una calavera con sombrero de paja Leer Gestadas en las redes y alimentadas por la frustración con sistemas que no les representan, las protestas juveniles que se extienden de Asia a Sudamérica comparten un símbolo global de resistencia: una calavera con sombrero de paja Leer  

Nos llaman la Generación TikTok. Dicen que vivimos ensimismados, que medimos la atención en vídeos de apenas 60 segundos y que tenemos la piel demasiado fina. Nos reprochan confundir el compromiso con clics y la rebeldía con hashtags o memes. Pero mientras el mundo nos observa deslizar pantallas, una nueva forma de disidencia digital se abre paso y empieza a tomar cuerpo en las calles. En los últimos meses, ha surgido una nueva oleada de protestas encabezadas por la Generación Z, gestadas en las redes sociales y alimentadas por la frustración y el hartazgo. Denuncian la corrupción de las autoridades, exigen reformas estructurales y luchan por un futuro del que poder sentirse orgullosos. Y, sobre todo, buscan demostrar que los nacidos entre 1997 y 2012 no son ajenos al mundo real. Al contrario: han convertido sus móviles en su arma política más eficaz.

La chispa prendió primero en el Sudeste Asiático. En Yakarta, miles de personas, lideradas por grupos universitarios, se manifestaron a finales de agosto frente al Parlamento contra el aumento de las ayudas a la vivienda de los diputados indonesios -casi diez veces superiores al salario mínimo- y para exigir la disolución de la Cámara de Representantes. La protesta se ha extendido por todo el país y ha sumado nuevas demandas tras la muerte de un manifestante de 21 años: la reforma de la Policía Nacional y la dimisión de su jefe.

Días después, el descontento estalló en Katmandú, donde la revuelta de los jóvenes nepalíes contra las «élites corruptas» del Gobierno, los nepo babies -hijos de políticos que presumían de sus vidas de lujo online mientras el ciudadano medio apenas gana 1.100 dólares al año- y la prohibición de 26 plataformas de redes sociales (entre ellas Facebook, Instagram y TikTok) dejó al menos 72 muertos y miles de heridos, según el Ministerio de Salud, y obligó al cuatro veces primer ministro KP Sharma Oli a dimitir.

Paradójicamente, esas mismas redes -liberadas tras una semana de apagón impuesto para acallar las críticas al nepotismo- sirvieron, gracias al uso de Discord e Instagram con VPN, para coordinar marchas, compartir rutas de protesta y difundir vídeos que llevaron la causa nepalí al resto del mundo. Imposible olvidar aquel TikTok del Parlamento envuelto en llamas mientras sonaba de fondo The Winner Takes it All, de ABBA.

Un grupo de jóvenes manifestantes protestan contra los continuos cortes de electricidad y agua, en Madagascar, a principios de octubre.
Un grupo de jóvenes manifestantes protestan contra los continuos cortes de electricidad y agua, en Madagascar, a principios de octubre.GETTY

Lo que comenzó como un estallido local pronto se transformó en un pulso regional y, más tarde, global. A lo largo de septiembre y octubre, estas movilizaciones se extendieron por Asia, desde Filipinas hasta Timor Oriental, antes de alcanzar África -con protestas en Marruecos y Madagascar– y posteriormente Sudamérica, donde jóvenes de Perú, Paraguay y Bolivia salieron también a las calles. A simple vista, las causas parecen inconexas, separadas por miles de kilómetros, sistemas políticos y barreras lingüísticas. Pero en todas palpita la misma energía de solidaridad, justicia y desafío, ondeando bajo una bandera común: la de una calavera con un sombrero de paja, el icono nacido del manga japonés One Piece y convertido en símbolo de resistencia y esperanza para toda una generación.

«Aunque hablemos lenguas diferentes y vivamos realidades distintas, todos hablamos el mismo idioma de la represión«, afirma a EL MUNDO Vincent Liberato, un joven filipino de 23 años que ayudó a organizar la jornada de protestas en Manila el pasado 21 de septiembre. «One Piece es muy popular en Filipinas y no sólo entre los jóvenes», explica. «Muestra cómo sus protagonistas buscan la libertad frente a estructuras autoritarias. Vimos cómo usaban la bandera en Indonesia y Nepal y decidimos seguir su estela», añade. «Es un símbolo de liberación contra la opresión, un recordatorio de que siempre debemos luchar por el futuro que nos merecemos«.

Publicado en 1997, One Piece nació casi al mismo tiempo que los primeros integrantes de la Generación Z, de la mano del mangaka japonés Eiichiro Oda. Desde entonces, ha vendido más de 500 millones de ejemplares, se ha traducido a 40 idiomas y ha sido adaptado a una serie de acción real en Netflix. También ostenta tres récords Guinness por su éxito editorial, y tan sólo su merchandising genera unos 720 millones de dólares anuales, según un informe publicado por Bandai Namco el año pasado.

«Es, quizá, la franquicia más popular del mundo en este momento», explica a este diario Andrea Horbinski, experta en manga y anime y autora del libro El primer siglo del manga: cómo los creadores y los aficionados hicieron los cómics japoneses, 1905-1989. «La historia sigue al joven pirata Monkey D. Luffy y a su tripulación, los Piratas del Sombrero de Paja, que se enfrentan a funcionarios corruptos y a un Gobierno Mundial opresivo mientras surcan los mares en busca de un legendario tesoro», resume.

La bandera de One Piece apareció por primera vez durante las protestas en Indonesia, en respuesta al llamamiento del presidente Prabowo Subianto para que los ciudadanos izaran la enseña nacional con motivo del Día de la Independencia. En su lugar, muchos eligieron alzar la bandera pirata -como los protagonistas del manga-, convirtiéndola en símbolo de su descontento ante un Gobierno que criticaban por ser cada vez más centralizado.

«Aunque este país es oficialmente independiente, muchos de nosotros no hemos experimentado esa libertad en nuestra vida cotidiana», explicó Ali Maulana, residente de la provincia de Papúa, a la BBC. «Izar esta bandera es un símbolo de que, aunque amamos este país, no estamos completamente de acuerdo con sus políticas».

Una opinión compartida por un estudiante de Madagascar en declaraciones a France24: «El anime refleja perfectamente la realidad que vivimos hoy: la corrupción, la brecha entre ricos y pobres y la falta de transparencia por parte de las autoridades. Y empezamos a trazar paralelismos con nuestro propio mundo. Aunque no somos piratas como los protagonistas de One Piece, queremos demostrar que no nos dejaremos engañar por nuestros gobiernos y que estamos dispuestos a defender nuestro futuro. Por eso usamos este símbolo: es fácil de reconocer y de entender, estés donde estés».

Este fenómeno, argumenta Nuurrianti Jalli, profesora adjunta de Comunicación en la Universidad Estatal de Oklahoma (EEUU), en un análisis en The Conversation, evidencia la formación de una conciencia política transnacional que opera mediante códigos compartidos en el ecosistema digital. Símbolos como la bandera de One Piece funcionan en las protestas porque «ayudan a amplificar lo que la gente intenta decir sin necesidad de expresarlo palabra por palabra» y, gracias a la velocidad y el alcance de las redes, «movilizan a jóvenes que reconocen en ellos las injusticias de su propio país». Es, según la experta, «un ejemplo de cómo la Generación Z está transformando el vocabulario cultural de la disidencia».

Aun así, que los jóvenes salgan a la calle a protestar no es un fenómeno nuevo. «Las protestas juveniles se remontan a siglos atrás», recuerda Helen Berents, catedrática de Relaciones Internacionales en la Griffith University (Australia), en conversación con EL MUNDO. «Incluso en las últimas dos décadas hemos visto cómo se ha movilizado la gente joven para exigir responsabilidades a sus gobiernos. No hace falta mirar más allá de la Primavera Árabe o la revolución de Sudán en 2019″, agrega.

Una joven sostiene la bandera pirata durante una protesta en La Paz.
Una joven sostiene la bandera pirata durante una protesta en La Paz.Afp

¿Qué diferencia, entonces, a esta nueva oleada de protestas de las anteriores, y por qué está teniendo tanta repercusión? «La imaginación política de esta generación está interconectada de una manera que jamás habíamos visto. Son la primera generación de nativos digitales y, gracias a su dominio de las redes sociales, los jóvenes se enteran casi al instante de lo que ocurre en otras partes del mundo. Como consecuencia, han desarrollado un fuerte sentido de la justicia -e injusticia- y la capacidad para solidarizarse con causas ajenas», explica Berents.

Movilizarse en línea, sin embargo, también conlleva riesgos. En Marruecos, por ejemplo, más de 210.000 jóvenes se han unido al servidor de Discord GenZ212 -llamado así por el prefijo telefónico del país-, donde debaten y comparten estrategias para protestar por la sanidad pública o el sistema educativo. Pero también «allí se enseñan entre sí cómo protegerse en la esfera digital para evitar ser detectados por las autoridades y sufrir represalias», señala la catedrática. La mayoría utiliza seudónimos y se conecta mediante VPN para dificultar el rastreo.

Mientras que algunos analistas sostienen que la falta de líderes evidentes es una fortaleza de esta nueva oleada de protestas, pues las hace más difíciles de reprimir, otros, como Berents, cuestionan si actuar desde el anonimato podrá ayudar a traducir esta indignación colectiva en acción política duradera: «Los jóvenes logran captar la atención del mundo, pero luego esa atención se desvanece. Las cámaras desaparecen, el ruido en redes se apaga, y muchos de los avances no perduran, reforzando la sensación de que siguen marginados del poder».

Aun así, las movilizaciones no han sido en vano. No sólo se derrocó al Gobierno en Nepal, sino también en Madagascar, donde el presidente Rajoelina huyó al exilio tras tres semanas de protestas contra los continuos cortes de agua y electricidad. En Filipinas, mientras tanto, los jóvenes que denuncian la corrupción del Gobierno por su gestión en proyectos de control de inundaciones se preparan en redes para salir a manifestarse de nuevo.

«Aunque se han logrado pequeños avances, no es suficiente. Volveremos a las calles a finales de este mes. No nos queda otra que luchar por nuestro futuro«, concluye Vincent, con una convicción que parece no haberse agotado. Y cuando lo hagan, la bandera pirata volverá a ondear. Pese a lo que digan, esta generación no sólo desliza pantallas: también sabe incendiar plazas.

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