Victoria de la Cruz luchó durante toda su vida contra los proxenetas de la Yakuza Leer Victoria de la Cruz luchó durante toda su vida contra los proxenetas de la Yakuza Leer
«Siempre he ido donde había una mujer que me necesitara». Al otro lado del teléfono, la voz quebrada de Victoria de la Cruz resonaba como un eco del tiempo; como la explosión de un campo minado de inagotables recuerdos. A sus 108 años, le costaba recordar lo que había desayunado esa mañana, pero relataba con nitidez trepidantes episodios de un pasado de película. La protagonista era una monja malagueña que arribó al Japón imperial y que dedicó toda su energía a rescatar a decenas de mujeres y niñas del patio trasero más oscuro de la posguerra.
Esta llamada tuvo lugar en 2016. Dos años después, Victoria falleció a los 110 años en Tokio, en la Casa Alegría de las adoratrices de Kitami, una de las siete que tiene en el país asiático una congregación fundada en Madrid en 1856 para liberar a las mujeres oprimidas por la prostitución.
Victoria, como misionera adoratriz, se pasó décadas recorriendo prostíbulos, polígonos, cunetas de carretera y casas de geishas por todo Japón, tratando de ayudar a mujeres vulnerables víctimas de trata. A las que conseguía rescatar, convencer de que se fueran con ella a un lugar seguro, las llevaba junto a sus compañeras a refugios donde trabajadoras sociales les ofrecían protección y formación para que pudieran salir adelante.
Durante un par de charlas telefónicas que Victoria mantuvo con el periodista que firma estas líneas entre 2016 y 2017, la religiosa también explicó cómo, tras la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, salía por las noches sin hábito, haciéndose pasar incluso en algunas ocasiones por una trabajadora sexual occidental, para investigar cómo operaba la red de la Yakuza, el famoso sindicato del crimen de Japón, que vendía a las niñas huérfanas de la bomba a burdeles y casas de geishas, donde les obligaban a bailar para deleitar a los clientes.
Este 6 de agosto, en el 80º aniversario del bombardeo de Hiroshima, rescatamos la historia de la monja de Málaga que salvó de los infiernos de la esclavitud sexual a supervivientes de una explosión nuclear que dejó aproximadamente 140.000 muertos, 80.000 de forma inmediata y otras 60.000 personas que fallecieron posteriormente a causa de las quemaduras y enfermedades relacionadas con la radiación.
Victoria, la segunda de nueve hermanos, llegó a Japón en 1936. «Fue un viaje de dos meses en barco y lo pasé muy mal por dejar a la familia atrás. Pero también me sentía bien porque estaba convencida de que tenía la misión ayudar a muchas personas«, retalaba. Llevaba tres años en Tokio cuando la aviación japonesa atacó Pearl Harbour. Los siguientes seis años de guerra estuvo refugiada, junto a las hermanas de su comunidad, en las montañas de Karuizawa, pasando frío y alimentándose a base de arroz.
Después de que la bomba atómica Little Boy lanzada desde un avión B-29 estadounidense arrasara Hiroshima (140.000 muertos), y tres días más tarde una segunda bomba impactara contra Nagasaki, matando a otras 74.000 personas, llegó la rendición de Japón el 2 de septiembre de 1945. Unos meses después, Victoria y el resto de adoratrices pudieron abandonar su refugio de montaña y se trasladaron al sur, a Yokohama. Allí, colaborando con agentes locales y organizaciones humanitarias, comenzaron a buscar a las supervivientes huérfanas perdidas del bombardeo. Algunas de ellas habían sido secuestradas por las mafias.
Los investigadores estiman que hubo unos 2.700 niños y niñas en edad escolar que se quedaron huérfanos en 1945 tras el bombardeo atómico, la gran mayoría sin más familiares que los cuidaran. Alrededor de 700 ingresaron en orfanatos. Pero el resto acabó en las calles, deambulando alrededor de la estación de Hiroshima, durmiendo bajo puentes, en las ruinas de edificios calcinados o en refugios antiaéreos. Uno de estos críos, Shoso Kawamoto, tenía 11 años cuando perdió a sus padres y hermanos. Él se pudo salvar porque, antes del ataque, fue evacuado junto con otros escolares a un templo a 50 kilómetros del centro de la ciudad.
Kawamoto, quien falleció en 2022, pasó décadas relatando cómo los gánsteres de la Yakuza se dedicaron a sacar a niños huérfanos como él de las calles. Les ofrecían una cama y un plato de comida, pero también les ponían a trabajar limpiando zapatos, preparando gachas en puestos callejeros o vendiendo metanfetamina y cigarrillos reconstruidos con las colillas que tiraban los soldados de las tropas estadounidenses. En el caso de muchas niñas, según Kawamoto, desaparecían de repente de los centros de acogida que abrió la Yakuza. «En nuestro centro había más de 300 niñas huérfanas. Fueron desapareciendo una tras otra hasta que al final no quedó ninguna», recordaba Kawamoto.
Muchas de estas menores terminaron vendidas a prostíbulos o casas de geishas repetidas por varias partes de Japón. Aquí es donde entraron en escena las monjas sin hábito que llevan dos siglos rescatando a mujeres de la trata; adoratrices como la española, que patrullaban con viejas furgonetas las zonas calientes de la prostitución en Japón, enfrentándose a las mafias y ofreciendo una alternativa a las víctimas.
Victoria de la Cruz fue condecorada por el Gobierno japonés por proteger y rescatar a muchas mujeres, desde las huérfanas de Hiroshima hasta las bautizadas como «mujeres consuelo», jóvenes de otros países asiáticos que habían sido secuestradas por el ejército imperial japonés y obligadas a trabajar en burdeles frecuentados por los militares durante la Segunda Guerra Mundial.
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