El presidente estadounidense, que acaba de ordenar pruebas como las de Rusia, lleva desde los años 80 preocupado por la carrera armamentística Leer El presidente estadounidense, que acaba de ordenar pruebas como las de Rusia, lleva desde los años 80 preocupado por la carrera armamentística Leer
Los nueve meses del segundo mandato de Donald Trump han mostrado al mundo la faceta más agresiva en política exterior del presidente de EEUU. Dispuesto a bombardear Irán o Yemen, a enviar portaviones y submarinos nucleares a la costa venezolana o a amenazar con anexionarse territorios amigos, del Canal de Panamá a Groenlandia. Según sus críticos, la visión internacional del presidente se asemeja a la de un matón: duro, violento y asertivo con los más débiles y prudente, dubitativo y hasta cobarde con los más fuertes. Pero ese análisis necesita un elemento adicional: la obsesión y el pánico de Trump a las armas nucleares.
El presidente tiene una fijación con esta cuestión que explica su posición en la guerra de Ucrania o su disposición a actuar contra Teherán antes de que ésta consiga la bomba. Y también todas sus intervenciones de esta semana en su gira asiática. El miércoles, tras evaluar las últimas noticias de las pruebas rusas con misiles de crucero Burevestnik, con capacidad nuclear, y un nuevo dron submarino de propulsión nuclear, con capacidad quizás de provocar tsunamis, Trump reaccionó en sus redes sociales: «Debido a los programas de prueba de otros países, he dado instrucciones al Departamento de Guerra para que comience a probar nuestras armas nucleares en igualdad de condiciones», afirmó.
La última prueba nuclear estadounidense, que se bautizó con nombre en clave Divider, se llevó a cabo el 23 de septiembre de 1992 en Nevada. Ese mismo año, el entonces presidente George H.W. Bush anunció una moratoria sobre las pruebas nucleares subterráneas. La última prueba con explosiones la hizo Corea del Norte en 2017. Ni Rusia ni China han dado ese paso desde hace 35 y 29 años respectivamente.
Y aun así, Trump, el viernes, respondió con un enigmático «ya lo verán» a la pregunta de si estaba hablando de explosiones bajo tierra, algo que los autores del llamado Project 2025, la hoja de ruta conservadora que sigue esta Administración como un guion, ya sugerían el año pasado. A pesar de que los grandes expertos lo desaconsejan. EEUU no lo necesita, ya que dispone de la tecnología más puntera para hacer pruebas sin detonaciones. Y si abre la veda, el resto del mundo seguirá sus pasos, lo que reducirá la ventaja competitiva de la primera potencial.
El del miércoles no fue el primer comentario del presidente norteamericano en esa línea, aunque sí el más duro. Dos días antes, al conocer los ensayos rusos, Trump instó a Moscú a ir con prudencia. «Saben que tenemos un submarino nuclear -el mejor del mundo- justo frente a sus costas», dijo a los periodistas a bordo del Air Force One, afirmando que «la sigilosa nave estadounidense» era capaz de alcanzar cualquier objetivo. «No tiene por qué recorrer 8.000 millas», añadió. «Rusia no está jugando con nosotros. Nosotros tampoco estamos jugando con ellos».
Ya a finales de septiembre, hablando ante cientos de generales y almirantes, el presidente dijo que «nos sentimos un poco amenazados por Rusia, así que envié un submarino nuclear, el arma más letal jamás creada», insistiendo en que, si bien Moscú y Pekín están «aún por debajo en materia nuclear», su rápido avance actual puede lograr que en cinco años estén en igualdad de condiciones con EEUU.
El líder republicano es conocido por improvisar, fantasear y una visión muy simplificada de los asuntos globales. Pero también es célebre porque sus obsesiones históricas marcan sus decisiones actuales. Pasa con los aranceles, un tema recurrente en su discurso desde hace 50 años. Y pasa con las armas nucleares.
A mediados de los 80, cuando era un treintañero millonario en el mundo del ladrillo, Trump se ofreció varias veces al Gobierno como posible mediador con Rusia para acuerdos de reducción de armas y en materia nuclear. Fiel a su estilo decía que le bastaría con «aprender todo lo que hay que saber sobre misiles, lo que me llevaría una hora y media… porque creo que ya sé casi todo. Hablo de ponerme al día», y que podía llegar rápidamente un acuerdo con Moscú, presumiendo, como hace todavía ahora, de sus dotes negociadoras. «Es algo que o tienes o no tienes, y yo lo tengo».
Bernard Lown, el cardiólogo que inventó el desfibrilador y ganó el premio Nobel de la Paz de 1985 por sus esfuerzos por promover la desnuclearización, habló antes de morir en una charla con The Hollywood Reporter sobre esta cuestión. «Trump ya estaba obsesionado con Rusia en 1986», explicó, dando detalles de cómo se reunió con él, dado que quería información sobre Mijaíl Gorbachov, al que Lown había llegado a conocer. Durante esa reunión, según el médico, el millonario aseguró que estaba presionando al vicepresidente George W. H. Bush para convencer al presidente Ronald Reagan de que le diera un puesto oficial en la URSS con el fin de negociar un acuerdo de desarme nuclear en nombre de Estados Unidos, un trabajo para el que Trump se sentía el único capacitado. «Me dijo: ‘Oí que te reuniste con Gorbachov, que tuviste una larga entrevista con él y que eres médico, así que tienes una buena opinión de quién es. Pienso llamar a mi buen amigo Ronnie para que me nombre embajador plenipotenciario de Estados Unidos ante Gorbachov’. Esas fueron sus palabras exactas. Y dijo que iría a Moscú, que se sentaría con Gorbachov, y entonces, con un gesto de la mano, golpeó el escritorio y exclamó: ‘¡Y en una hora se acabará la Guerra Fría!‘».
El presidente habla tanto que es sencillo rastrear el origen de su filias y fobias. Marcado, como tantos estadounidenses, por la crisis de los misiles de Cuba, en 1963, Trump cita a menudo a su tío John G. Trump, ingeniero eléctrico del MIT que trabajó con físicos nucleares, y que fue su referencia en materia nuclear. No por casualidad tampoco, la primera mitad de los años 80 tuvo momentos especialmente peligrosos entre Moscú y Washington, como los ejercicios Able Archer, de 1983, que el Kremlin pensó que eran el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Ese año, por cierto, se estrenó la película El Día Después, que tuvo mucha influencia en el imaginario colectivo nuclear y del presidente, que en muchas ocasiones habla de una explosión nuclear en términos cinematográficos, como si estuviera mirando los imágenes. Tampoco por casualidad, estos días Netflix ha estrenado su último éxito mundial, A House of Dynamite, una película en la que el presidente estadounidense debe decidir si lanzar armas nucleares, contra nadie en particular, en represalia por un ataque nuclear inminente. Algo muy comentado en Washington y que ha hecho reaccionar a los expertos del Pentágono para comentar, críticamente, sobre su realismo.
Trump es bravucón, amenaza, habla, pero tanto en Moscú, como en Washington, creen que su conocido pavor a las armas nucleares y al «invierno nuclear», algo que menciona recurrentemente en sus encuentros a puerta cerrada con líderes, eliminan buena parte de la capacidad de disuasión de su país, especialmente en las relaciones con Rusia. En 2022, en televisión, Trump decía que Biden debía usar la carta nuclear para intimidar a Putin en la cuestión ucraniana. Pero desde que llegó al poder, no lo ha hecho en absoluto. Al revés, ha dejado claro que el mundo no puede ir a una confrontación nuclear por un trozo de tierra europeo.
En su primer mandato como presidente, el republicano dijo una y otra vez que «las armas nucleares son el primer problema del mundo». En febrero de este año, insistió en que son «la mayor amenaza existencial» y que EEUU no necesitaba más, que ya había demasiadas. «No hace falta construir más». Es más, criticó el enorme coste que supone mantenerlas. «Todos estamos gastando mucho dinero que podríamos invertir en otras cosas más productivas», lamentó.
En su primer mandato, Trump sacó al país de varios acuerdos, como el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, firmado en 1987, justo cuando él se postulaba para esa responsabilidad, por Reagan y Gorbachov. Sus negociadores de la época, como Fiona Hill y John Bolton, dicen que por puro narcisismo, ya que forzó la ruptura antes de permitir que otros, sus embajadores, pudieran llevarse algún mérito. Lo quería todo para él.
Ahora, aboga por una Cúpula Dorada que proteja a su país de misiles extranjeros y envía, una vez más, la señal a sus enemigos de que si no tienen armas nucleares pueden ser atacados en cualquier momento. En 2017, a puerta cerrada, el Trump discutió de hecho la idea de usar un arma nuclear contra Corea del Norte, sugiriendo repetidamente que podría hacerse y culpar a otros, según admitió el que era entonces su jefe de gabinete. Estaba furioso con Kim Jong-un, al que amenazó desde la tribuna de la ONU con «destruir completamente» su país.
John Kelly, ex general de los Marines, logró convencerle de que no era una buena idea, y de que el mundo sabría la verdad, el presidente «volvió a plantear la posibilidad de una guerra, llegando incluso a mencionar la posibilidad de lanzar un ataque preventivo«.
En su propuesta de presupuesto de Defensa para el año fiscal 2026, la Administración Trump quiere elevar significativamente el gasto en fuerzas nucleares hasta los 62.000 millones de dólares. Entre los programas más beneficiados está el bombardero furtivo B-21, con 10.300 millones de dólares adicionales. Otros 4.100 millones irían para el programa de misiles balísticos intercontinentales (ICBM) Sentinel, que lleva mucho retraso. Y 11.200 millones de dólares más para I+D y adquisiciones para los submarinos de misiles balísticos de la clase Columbia.
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