«No entiendo la moda de que los concursantes tengan que durar 3 años en un programa«. En la presentación de su nuevo concurso Todos por ti Carlos Sobera reivindicó a la prensa la autenticidad de los concursantes que van casi a ciegas a la tele. Aquellos que decían a Mayra Goméz Kemp «Hemos venido a jugar». Aquellos que su telegenia crecía en la transparente ilusión de acudir a un estudio de TV por primera vez. Aquellos «que no les conoces de nada, que te pueden salir por peteneras, que te pueden dar respuestas increíbles o por graciosas o por ingeniosas o por sentimentales o por bestias. Y te pillan al contrapié», reflexionó.
Este clima de naturalidad imperfecta es lo que pretende el formato que el propio Sobera ha estrenado en Telecinco: ponerte a concursar con tu familia y amigos por sorpresa, en un concurso que ni siquiera conoces.
Pero, ahora, por lo general, los concursantes de los programas de más éxito acuden a la televisión como si fueran unos trabajadores más. Se preparan las pruebas al estilo de un opositor y se esfuma la magia de la tele como una aventura inaudita y excepcional en tu vida. Así la tele ha ido mermando su gran materia prima para el éxito: la verdad. Porque ha interiorizado que el espectador debe reconocer todo lo que ve todo el rato. Error, pues la tele sobre todo es el descubrimiento que abre la mirada a otros mundos que están en este y que, a menudo, ni nos percatábamos de su existencia. Aunque estuvieran al otro lado del rellano de nuestra propia escalera.
Los concursos también se han contagiado de esta premisa. Saber y Ganar fue pionero y lo hizo con inteligencia. Después el boom de Pasapalabra remató y nos ha hecho interiorizar que no hay otro camino. La mecánica de ambos espacios es astuta: el concursante se mantiene durante semanas e incluso meses y el público siente que lo conoce. Y se implica con su participación en el show. No solo es un erudito, lo siente suyo.
Otra historia es que, de repente, los directivos televisivos confundan crear el contexto para que exista margen a empatizar con las gentes que van a los concursos (eso se puede lograr en un solo capítulo) con creer que solo funcionan aquellos que «el público ya sabe quiénes son«. Entonces, se produce una paradora: el éxito instantáneo va propiciando que la tele termine pareciendo cada vez menos real. Porque hasta los concursantes transmiten ser unos resabiados trabajadores del canal. Sin las incontenciones de la ingenuidad, la tele es menos tele. Es más previsible. Transmite más cálculo, menos espontaneidad.
La desaparición del prime time en la televisión en España.
«No entiendo la moda de que los concursantes tengan que durar 3 años en un programa«. En la presentación de su nuevo concurso Todos por ti Carlos Sobera reivindicó a la prensa la autenticidad de los concursantes que van casi a ciegas a la tele. Aquellos que decían a Mayra Goméz Kemp «Hemos venido a jugar». Aquellos que su telegenia crecía en la transparente ilusión de acudir a un estudio de TV por primera vez. Aquellos «que no les conoces de nada, que te pueden salir por peteneras, que te pueden dar respuestas increíbles o por graciosas o por ingeniosas o por sentimentales o por bestias. Y te pillan al contrapié», reflexionó.
Este clima de naturalidad imperfecta es lo que pretende el formato que el propio Sobera ha estrenado en Telecinco: ponerte a concursar con tu familia y amigos por sorpresa, en un concurso que ni siquiera conoces.
Pero, ahora, por lo general, los concursantes de los programas de más éxito acuden a la televisión como si fueran unos trabajadores más. Se preparan las pruebas al estilo de un opositor y se esfuma la magia de la tele como una aventura inaudita y excepcional en tu vida. Así la tele ha ido mermando su gran materia prima para el éxito: la verdad. Porque ha interiorizado que el espectador debe reconocer todo lo que ve todo el rato. Error, pues la tele sobre todo es el descubrimiento que abre la mirada a otros mundos que están en este y que, a menudo, ni nos percatábamos de su existencia. Aunque estuvieran al otro lado del rellano de nuestra propia escalera.
Los concursos también se han contagiado de esta premisa. Saber y Ganar fue pionero y lo hizo con inteligencia. Después el boom de Pasapalabra remató y nos ha hecho interiorizar que no hay otro camino. La mecánica de ambos espacios es astuta: el concursante se mantiene durante semanas e incluso meses y el público siente que lo conoce. Y se implica con su participación en el show. No solo es un erudito, lo siente suyo.
Otra historia es que, de repente, los directivos televisivos confundan crear el contexto para que exista margen a empatizar con las gentes que van a los concursos (eso se puede lograr en un solo capítulo) con creer que solo funcionan aquellos que «el público ya sabe quiénes son«. Entonces, se produce una paradora: el éxito instantáneo va propiciando que la tele termine pareciendo cada vez menos real. Porque hasta los concursantes transmiten ser unos resabiados trabajadores del canal. Sin las incontenciones de la ingenuidad, la tele es menos tele. Es más previsible. Transmite más cálculo, menos espontaneidad.
20MINUTOS.ES – Televisión