La supremacía tecnológica de Estados Unidos amenaza los planes de Defensa europeos

El 60% del material militar de los socios europeos de la OTAN y Canadá procede de Washington Leer El 60% del material militar de los socios europeos de la OTAN y Canadá procede de Washington Leer  

Para hacerse una idea de la dependencia de Europa de Estados Unidos en materia de Defensa, basta un dato: entre el 53% y el 60% del material militar de los socios europeos de la OTAN y Canadá procede de EEUU, dependiendo de a quién se quiera hacer caso: si al canal de televisión de capital portugués Euronews (la proporción más baja) o al think tank del Estado sueco Instituto de Estudios Internacionales para la Paz (Sipri).

Ahora, la ruptura del vínculo transatlántico ha puesto de relieve la magnitud de la tarea de construir una Defensa europea. La cumbre de la OTAN de La Haya en junio fue una escenificación de la fortaleza de la Alianza, pero con poco recorrido. La confirnza entre las dos orillas del océano Atlántico se está diluyendo más deprisa que el hielo de Groenlandia, la isla que Estados Unidos sigue queriendo arrebatar a Dinamarca con tanto énfasis que Washington ha ordenado a sus servicios de inteligencia que espíen al Estado danés, según publicó apenas dos semanas antes del encuentro de la Alianza Atlántica el diario neoyorkino Wall Street Journal, provocando una crisis diplomática entre ambos aliados.

La ruptura quedó de manifiesto en la primera gran conferencia internacional tras la cumbre de La Haya, el Aspen Security Forum, que se celebró recientemente en esa localidad del estado de Colorado, en EEUU, y que estuvo marcado por un inesperado boicot del Gobierno de Donald Trump debido a la participación de destacadas figuras de otros Gobierno estadounidenses, tanto demócratas como republicanos. Fue no solo una señal para Aspen Institute; también para la comunidad internacional. En palabras de la copresidenta del Forum, la ex consejera de Seguridad Nacional y ex secretaria de Estado con el presidente republicano George W. Bush, Condoleezza Rice: «Tenemos que admitir que el sistema no va a ser exactamente el que teníamos antes».

Trump lo ha cambiado para siempre. Y, aunque EEUU diera marcha atrás, el retorno al pasado es imposible por una sencilla razón: buena parte de la buena voluntad que existían antes entre Estados Unidos y sus aliados se ha evaporado. El mero hecho de que EEUU sea capaz de elegir dos veces a un presidente que parece más cercano a sus enemigos que a sus aliados es una losa de desconfianza que no va a desaparecer.

El acuerdo – más bien, imposición – comercial de EEUU con la UE del 27 de julio, en el que Washington dio a Bruselas un tratamiento casi idéntico al que ha otorgado a Japón y peor que el que ha dado al Reino Unido, ha confirmado el distanciamiento.

Ni siquiera el anuncio realizado por Trump de que venderá sistemas de defensa antiaéreas Patriot a los países europeos de modo que estos puedan entregar los que ya tienen a los ucranianos inyectó excesivo optimismo en Aspen. Como explicó el responsable de uno de los principales centros de estudios de Relaciones Internacionales del mundo a este periódico, «el sistema solo funcionará mientras Trump quiera y los europeos estén dispuestos a comprar armas a Estados Unidos para dárselas a Ucrania».

La idea, además, tiene considerables incertidumbres. La Casa Blanca llegó a hablar en privado de vender a Canadá, Países Bajos, Alemania y otros países hasta 17 baterías de Patriot. Ésa es una cifra descabellada. Cada batería cuenta con entre 8 y 16 lanzadores. A su vez, cada lanzador tiene entre 2 y 8 tubos. Eso significaría multiplicar la defensa antiaérea ucraniana por tres, ya que el país cuenta en la actualidad con ocho baterías. Los ucranianos no necesitan, sin embargo, lanzadores, sino misiles para frenar los bombardeos incesantes de Rusia contra sus ciudades e infraestructuras.

El caso de los Patriot podría tener, además, un componente comercial: limitar las posibilidades comerciales del misil francoitaliano SAMP/T NG, capaz de competir, al menor en teoría, con los ‘Patriot’ estadounidenses y que empezará entrar en servicio el año que viene.

El caso de los Patriot podría tener, además, un componente comercial: hacer innecesaria la fabricación en masa del misil europeo.

La desconfianza es tan grande que, como explican fuentes de la UE, «cuando las empresas europeas presentan sus sistemas de defensa a los gobiernos del continente, siempre dejan claro que estos no tienen componentes rusos, ni chinos, ni estadounidenses que estén cubiertos por las ITAR». Eso, en la práctica, significa que los países que tengan esas armas pueden emplearlas con libertad, sin necesidad de pedir permiso a Pekín, Moscú o Washington para que les autorice.

El hecho de que EEUU quede así al mismo nivel que Rusia y China es significativo. Las ITAR (Regulaciones en el Tráfico Internacional de Armas, según sus siglas en inglés) son una serie de normas del Gobierno estadounidenses, que son administradas por el Departamento de Estado, en virtud de las cuales Washington puede prohibir a los Estados que compran armas de ese país su uso o su entrega a terceros países.

Las ITAR, u otros sistemas similares, son algo aceptado en todo el mundo, y que practican casi todos los países. Un ejemplo: en mayo, el Gobierno de Suiza vendió 71 tanques Leopard-1 a la empresa alemana Rheinmetal, que los fabrica, pero con la prohibición de que ésta se los entregue a Ucrania. Se daba, así, la gran paradoja de que Alemania, que produce el Leopard-1, no puede hacer lo que desee con esos tanques que le ha vendido Suiza, que a su vez los compró a Italia, que los había adquirido de Alemania.

Pero la llegada de Donald Trump, con su abierto expansionismo territorial, su hostilidad hacia la Unión Europea y su cercanía – al menos hasta ahora – a Vladimir Putin, ha cambiado la ecuación. No es, además, algo que se limite a la defensa. En febrero, la empresa estadounidense Microsoft cortó el correo electrónico y todo el acceso a sus productos – incluyendo la nube – al fiscal-jefe del Tribunal Penal Internacional (TPP), Karim Khan, en cumplimiento de una Orden Ejecutiva de Donald Trump prohibiendo a las empresas estadounidenses prestar servicios de ningún tipo a ese organismo internacional, con sede en Países Bajos, por su decisión de imputar al primer ministro y al ex ministro de Defensa de Israel, Benjamin Netanyahu y Joav Gallant, respectivamente.

El caso de Khan es un ejemplo de la agresividad del actual presidente de Estados Unidos, y de su ausencia de reparos a la hora perseguir sus objetivos utilizando para ello la inconcebiblemente gigante ventaja estadounidense en microprocesadores, Internet, nube, comunicaciones e imágenes por satélite, Inteligencia Artificial, Realidad Virtual, Realidad Aumentada, computación cuántica y redes sociales.

El problema se agudiza porque, como señala el director del think tank mencionado más arriba, «el próximo enfrentamiento entre Estados Unidos y Europa va a ser por los servicios digitales. Trump va a oponerse a todas las regulaciones, y prácticamente lo único que hace la Comisión Europea es regular, así que el choque es inevitable». Los servicios digitales incluyen, de una manera u otra, a todas las tecnologías antes citadas. «Es imposible saber si Trump se va a limitar a tomar acciones en el terreno comercial o si, para presionar, las va a extender al ámbito de la Defensa», subraya el analista. Un alto funcionario de la UE reaccionaba a esas palabras con un resignado «nunca logramos acostumbrarnos a las sorpresas de Donald Trump con Europa. En cuanto termina una, empieza la siguiente».

Reino Unido y Francia, los dos únicos países europeos con armas nucleares, ya han tenido una experiencia directa de las limitaciones de los ITAR incluso con el Gobierno de Joe Biden, que era declaradamente atlantista. El problema estalló con los misiles de crucero británico Storm Shadow y el francés Scalp, que fabrica la empresa franco-británica-italiana MBDA, y que son, pese a sus nombres diferentes, virtualmente idénticos.

En la práctica, sin embargo, no lo son. La versión británica tiene, según han explicado fuentes de la Unión Europea a este periódico, algunos componentes fabricados por empresas estadounidenses, de los que carece la francesa. Es una diferencia mínima, pero ha tenido consecuencias muy importante en la guerra de Ucrania. Según esas mismas fuentes, cuando Londres empezó a entregar los Storm Shadow a Kiev, en marzo de 2023, el Gobierno de Joe Biden le obligó a imponer una cláusula a los ucranianos según la cual estos no podrían emplear los misiles para atacar a blancos en el territorio ruso. Por el contrario, París, que comenzó el suministro de SCALP en julio del mismo año, no prohibió a Ucrania el uso de los misiles dentro de Rusia, ya que los misiles eran suyos.

Aunque las cifras son secretas, las estimaciones más frecuentes señalan que el Reino Unido ha entregado a Ucrania entre 200 y 300 misiles de este tipo, mientras que Francia ha transferido más de 100. Pero, según esas mismas fuentes, solo estos últimos han sido capaces de lanzar ataques en profundidad dentro del territorio ruso.

El caso de los misiles cuestiona de lleno la decisión anunciada a bombo y platillo por el primer ministro británico, Keir Starmer, de comprar 12 F-35A de fabricación estadounidense para equiparlos con bombas atómicas. Será la primera vez que el Reino Unido tenga bombas nucleares lanzadas desde aviones desde que redujo su disuasión atómica a los misiles desde submarinos en 1998.

La gran paradoja, sin embargo, es que el F-35 en sus tres versiones – A, B, C e I, de las que solo la primera tiene capacidad nuclear – es un avión estadounidense y, por tanto, sujeto a las limitaciones que Washington imponga a su uso. Dada la enorme sofisticación de esa aeronave, que es más bien una especie de ordenador volante, también existen dudas acerca de si EEUU puede ‘desconectarlo’ a distancia, aunque esté en servicio en terceros países. El fabricante Lockheed Martin ha negado que eso sea posible, pero en muchos países aliados de Estados Unidos que han comprado el avión persisten las dudas. Además, en la actualidad, el sistema de defensa nuclear británico es de diseño y fabricación estadounidense y está, en uno de sus elementos clave – los misiles -, alquilado a Washington. Esta fórmula volverá a repetirse, según la agencia de noticias AFP, con los F-35A británicos, que llevarán, probablemente, bombas atómicas B-61, no solo fabricadas, sino incluso propiedad de EEUU.

Finalmente, los F-35A, como ha señalado el think tank británico Chatham House, estarán basados en las islas británicas, demasiado lejos del frente Este al que tienen, en teoría, que defender.

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