Machado 150

Evocar a Antonio Machado en estos tiempos resulta conmovedor. O anacrónico. Partimos del supuesto conocimiento universal del poeta: falso. ¿Esos titulados y tituladas truchos lo conocen? ¿Lo han leído? Como dijo un principal futbolista coruñés, «me es inverosímil».

El caso es que Antonio Machado nació en julio de 1875 en Sevilla, hace siglo y medio, en el palacio de las Dueñas. Casi no recuerdo el primer conocimiento de Machado. En el colegio no se enseñaba, pero en estas llegó Serrat, en 1969, con un disco dedicado a sus poemas y a su figura. Ya es historia. Yo tenía once años y me enganché para siempre. Porque el poeta sevillano, soriano, segoviano, madrileño, francés, al fin y al cabo, recrea desde su origen un lenguaje de ritmo infantil: «Las canciones que los niños cantan llevan confusa la historia y clara la pena».

Infantil es un gran aprecio, una llamada a la esencialidad olvidada en estos tiempos tan adultos y contundentes. «La pena y la que no es pena/ todo es pena para mí:/ ayer penaba por verte;/ hoy peno porque te vi». Este y otros versos orlaban las paredes de mi cuarto en una pensión de Santiago de Compostela.

Cuatro años después, en 1978, José María Valverde me legó, en la universidad de Barcelona, un Machado potente y veraz, sencillo e inmenso, alegre y pesaroso. Así lo transmite en su libro dedicado al poeta, quizás uno de los mejores que se han escrito sobre don Antonio.

Creo que poco se ha recordado este siglo y medio, algún acto oficial, unas jornadas en Soria, una pieza breve en TVE… Todo en línea con la normalidad superflua que nos castiga. Debería leerse más a Machado, en las escuelas y en las lontananzas. Nunca como obligación, siempre como placer. Mejor nos iría: «Cuando truena el cielo/ (¡qué bonito está/ para la blasfemia!)/ y hay humo en el mar…».

 Evocar a Antonio Machado en estos tiempos resulta conmovedor. O anacrónico. Partimos del supuesto conocimiento universal del poeta: falso. ¿Esos titulados y tituladas truchos lo conocen? ¿Lo han leído? Como dijo un principal futbolista coruñés, «me es inverosímil».  

Evocar a Antonio Machado en estos tiempos resulta conmovedor. O anacrónico. Partimos del supuesto conocimiento universal del poeta: falso. ¿Esos titulados y tituladas truchos lo conocen? ¿Lo han leído? Como dijo un principal futbolista coruñés, «me es inverosímil».

El caso es que Antonio Machado nació en julio de 1875 en Sevilla, hace siglo y medio, en el palacio de las Dueñas. Casi no recuerdo el primer conocimiento de Machado. En el colegio no se enseñaba, pero en estas llegó Serrat, en 1969, con un disco dedicado a sus poemas y a su figura. Ya es historia. Yo tenía once años y me enganché para siempre. Porque el poeta sevillano, soriano, segoviano, madrileño, francés, al fin y al cabo, recrea desde su origen un lenguaje de ritmo infantil: «Las canciones que los niños cantan llevan confusa la historia y clara la pena».

Infantil es un gran aprecio, una llamada a la esencialidad olvidada en estos tiempos tan adultos y contundentes. «La pena y la que no es pena/ todo es pena para mí:/ ayer penaba por verte;/ hoy peno porque te vi». Este y otros versos orlaban las paredes de mi cuarto en una pensión de Santiago de Compostela.

Cuatro años después, en 1978, José María Valverde me legó, en la universidad de Barcelona, un Machado potente y veraz, sencillo e inmenso, alegre y pesaroso. Así lo transmite en su libro dedicado al poeta, quizás uno de los mejores que se han escrito sobre don Antonio.

Creo que poco se ha recordado este siglo y medio, algún acto oficial, unas jornadas en Soria, una pieza breve en TVE… Todo en línea con la normalidad superflua que nos castiga. Debería leerse más a Machado, en las escuelas y en las lontananzas. Nunca como obligación, siempre como placer. Mejor nos iría: «Cuando truena el cielo/ (¡qué bonito está/ para la blasfemia!)/ y hay humo en el mar…».

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