Mamdani, la némesis de Trump que apela al optimismo y la esperanza

El nuevo alcalde socialista de Nueva York ha dado un giro profundo en los últimos meses y el político que quiere centrarse en el coste de la vida ha reemplazado al activista revolucionario Leer El nuevo alcalde socialista de Nueva York ha dado un giro profundo en los últimos meses y el político que quiere centrarse en el coste de la vida ha reemplazado al activista revolucionario Leer  

El pasado domingo por la noche, Zohran Mamdani, el en ese momento candidato socialista-demócrata a la alcaldía de Nueva York, fue al Madison Square Garden a ver un partido de los Knicks. Los políticos estadounidenses deben respetar rituales sagrados durante las campañas. Desde la pandemia ya no besan niños, pero todavía tienen que comer los platos más típicos de cada ciudad o estado y asistir a eventos deportivos. Mamdani acudió con la camiseta del equipo, una gorra y unos amigos, algo también normal. Pero escogió unos asientos en la parte alta de la grada, cerca del gallinero y lejos de los focos. Y eso sí es más relevante y en absoluto casual. El mensaje era clarísimo, en línea con la idea que da sentido a toda su campaña: el coste de la vida.

Mamdani, presentado por la oposición y los medios conservadores, como un «comunista», un «izquierdista lunático» que quiere destrozar la ciudad. Incluso como un «yijadista», un «terrorista» que debería ser deportado o privado de su nacionalidad (los entrecomillados son de tuits de congresistas o senadores republicanos), le decía a los neoyorquinos que es uno más. Como ellos. Completamente normal. Y que apostar por él, por alguien que vive en un piso diminuto, tiene un sueldo modesto y un alquiler protegido, es apostar por un cambio radical, sí, pero no en el sentido que muchos temen.

Mamdani buscó la foto en la grada como respuesta a otra foto, viralizada hace unas semanas. Después del último debate televisado a tres bandas junto a sus dos rivales, el republicano Curtis Sliwa y el independiente Andrew Cuomo (un demócrata derrotado en las primarias), éste acudió directamente al mismo pabellón para ver otro partido de la NBA. Pero lo hizo con un caro traje, con corbata y en asientos de miles de dólares a pie de pista. Acompañando al alcalde saliente, una muestra de poder y de influencia. Una imagen que los líderes quieren mostrar, pero que los candidatos no siempre saben gestionar.

Si Mamdani ha ganado las elecciones ha sido por su estilo fresco, por su mensaje de optimismo kennediano o rooseveltiano en una era de política lúgubre, campañas agresivas y violencia. Pero sobre todo, porque la vida es insoportablemente cara en la ciudad. El alquiler de un piso cuesta más de 3.500 dólares. Hasta 5.000 si aspiras a dos habitaciones y más de 50 metros cuadrados. La cesta de la compra es prohibitiva, la inflación sigue castigando. Y los millonarios, entre ellos el candidato Cuomo, no parecen capaces o dispuestos a remediarlo.

No es un filósofo, un gran teórico, alguien que domine los dosieres técnicos. Tiene una agenda muy clara, pero no un plan de cómo conseguirlo de verdad, porque hasta hace muy poco ni él ni nadie de su entorno creían que ganar unas elecciones fuera posible. Su habilidad está en la cercanía, en la motivación, pero ahora debe aprender a cuadrar presupuestos, contentar intereses contrapuestos. Y lo más difícil para alguien como él, un soñador optimista: asumir que la política no es elegir entre el bien y el mal, sino entra una opción mala y otra peor. Cada día. Sin épica, sin coherencia, traicionando a aliados, ilusiones y promesas porque es un juego imposible de ganar que se practica con una mano atada a la espalda. Y en Nueva York, a menudo, con las dos. El evolucionario, si quiere sobrevivir, tendrá que convertirse en reformista.

Para comprender y explicar el fenómeno Mamdani hay que analizar al menos cuatro variables superpuestas. La primera, la racial y religiosa. El próximo alcalde nació en Uganda, hijo de dos intelectuales, y allí vivió antes de mudarse a EEUU. Es musulmán y consiguió la nacionalidad estadounidense en 2018. Su religión, y el hecho de que como estudiante militara activamente en campañas propalestinas ha sido el arma principal usada contra él. Le acusan de no condenar a Hamas, los atentados del 7 de octubre o que no entrara, una y otra vez, en la condena a la expresión «intifada global», que los partidarios de Israel consideran antisemita. Los críticos han inundado las redes de presuntas conexiones con los Hermanos Musulmanes, declaraciones suyas del pasado y teorías sobre cómo va a llevar la sharia a los cinco boroughs.

La segunda dimensión es la ideológica. Mamdani se considera socialista. Algo nada llamativo para un europeo, pero tabú o casi en EEUU. Es cierto que Nueva York tuvo un alcalde de ese mismo partido, David Dinkins, entre 1990 y 1993, pero hace mucho de ellos y varias generaciones no tienen ningún tipo de referente. Al revés. El progresismo, entendido desde el mainstream demócrata, implica centrismo, una posición muy destacada hacia el libre mercado y mensajes muy medidos respecto al gasto público. Por eso el Partido, el suyo, no se ha volcado con él. El líder en el Senado, que es nada menos que de Nueva York, se ha negado a apoyarlo pública o privadamente. El líder del Congreso lo ha hecho con la boca pequeña, sólo en un comunicado, y hablando más de las diferencias que tienen. Y otros como Barack Obama o Kamala Harris han apostado por mensajes híbridos, sin rechazarlo pero sin ningún entusiasmo. Es demasiado radical para ellos. La mayoría se subió con ganas al carro el martes por la noche, incluso los que más abiertamente lo han ninguneado.

El próximo alcalde ha cimentado su campaña sobre la idea de la asequibilidad. Más impuestos para los más ricos (algo que no puede hacer solo y que no tiene el apoyo siquiera de la gobernadora, de su mismo partido). Guarderías gratuitas para todos los niños hasta cinco años, ampliando los programas actuales. Congelar durante cuatro años las rentas protegidas, algo más de un millón de viviendas en la ciudad. Transporte público gratuito. Y algún tipo de economato municipal, exento de ciertos tributos, que sirva para que las familias con menos recursos puedan soportar el encarecimiento de la cesta de la compra. Para financiar sus iniciativas propone el impuesto de sociedades al 11,5%, lo que dice que generaría 5.000 millones de dólares adicionales a las arcas públicas. Y un impuesto extra del 2% al 1% más rico de los neoyorquinos.

El tercer vector es el generacional. Los jóvenes han votado masivamente a un candidato de 34 años. No habla su mismo lenguaje, pero casi. Ha dominado las redes sociales, ha llegado a rincones cerrados para señores de más de 65 años. Y se ha aprovechado, según los sociólogos, de la sensación de vacío de una generación desconectada, frustrada. Trump logró cautivar a millones de veinteañeros hace un año y ahora Mamdani, desde las antípodas, ha dado otra respuesta. «Demasiados entre nosotros han recurrido a la derecha en busca de respuestas sobre por qué se han quedado atrás. Hoy nosotros dejamos atrás la mediocridad. Ya no tendremos que recurrir a la historia para comprobar que los demócratas pueden atreverse a ser grandes», dijo en referencia a su victoria como ejemplo.

La última dimensión, claro, es Donald Trump. Mamdami es su némesis. El desprecio del presidente es absoluto. Lo ningunea, insulta, ataca, pero no recibe el mismo odio que entrega. Amenaza con cortar los fondos de la ciudad y ha movilizado a todos los amigos a su alcance para intentar que Cuomo ganara las elecciones, diciendo que un voto para Sliwa, el candidato de su propio partido, era un voto para el comunismo. Su obsesión de los últimos meses es casi física, llegando a sostener que él es evidentemente «más guapo» que Mamdani. Pero no ha servido para romper el discurso del neoyorquino ugandés, centrado en los precios, los impuestos y la sanidad pública.

Mamdami entró en política con una mezcla de rabia, frustración colectiva y ambición. Muy influenciado por las teorías de clase, género y raza de su profesor Mark Kagan, hermano de la jueza del Tribunal Supremo Elena Kagan. Su experiencia personal, la de un niño musulmán en Nueva York tras el 11-S contribuyó también. En escritos, podcast y discursos de los últimos años hay menciones a la teoría queer, vaguedades filosóficas y poca chicha de Economía. Hasta 2021 estaba muy centrado en el identitarismo racial, la represión policial en el marco del Black Lives Matter, los problemas Occidente, el apocalipsis climático, la necesidad de acabar con el capitalismo.

Pero en menos de un año, el político ha ocupado el lugar del activista. Si antes decía que había que quitarle fondos a la Policía por ser racista, machista y violenta, ahora les ha pedido disculpas y dice que son una parte esencial del aparato público. Antes creía que la vivienda era una cuestión de demanda, no de oferta, y que el sector privado sólo encarecía el producto. Ahora sostiene que la iniciativa privada es esencial para generar la oferta necesaria. Todo su lenguaje, su mensaje, su insistencia en la campaña ha sido renegar del modo combativo, revolucionario, del pasado. «Ha dejado claro que quiere apoyar a los inquilinos, no castigar a los propietarios. Quiere apoyar la educación pública, no desmantelar las escuelas especializadas con admisión de élite. Apoya los derechos palestinos, no es antisionista. Hizo concesiones clave en materia policial. Y, lo que es más importante, dejó claro que estaba abierto al compromiso en lo que respecta a su propuesta de impuesto a los millonarios. Podríamos llamarlo Mamdani 2.0», dice la crónica de campaña de The New York Times tras seis meses pegados a él.

Mamdani ha acertado con el diagnóstico sobre qué preocupa, obsesiona, a los neoryorquinos. Y ha dado con la tecla para que más de un millón de ellos depositen sus esperanzas en alguien joven, sin apartado ni experiencia en la gestión. Y aquí llega el desafío. El martes por la noche prometió que estaría a la altura, que no defraudaría y cumpliría «las altas expectativas. Esta noche nos habéis dado un mandato para el cambio. Un mandato para otro tipo de política. Para una ciudad que nos podamos permitir y para un gobierno que haga eso. El 1 de enero juraré como alcalde para ello», dijo en el Teatro Paramount de Brooklyn ante miles de sus fans. Pero el desafío es ingente, y como apuntaba recientemente el crítico Andrew Sullivan, Mamdani y sus ideas, sin dinero, amenazan con dejar solo un poso woke. Mucho discurso sobre descolonización, identidad, pronombres, indignación y buenas intenciones. El político ya sabe dar discursos, pero tiene que aprender a levantar consensos donde es más difícil: en los parlamentos, no en los mítines.

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