En la historia de la moda italiana ha habido muchas historias de amor, pero hasta ahora ninguna había acabado en boda durante un desfile. El pasado sábado, los fundadores de la firma JordanLuca, el inglés Jordan Bowen y el italiano Luca Marchetto, se dieron el “sí, quiero” como culminación al desfile de su colección otoño-invierno 2025-2026 en la semana de la moda masculina de Milán, concebido también como la celebración de una historia de amor que dura 14 años. Las prendas, que mezclaban los básicos del armario con la crudeza del punk, son herederas de los últimos 10 años de moda: el auge del feísmo y la ironía como revulsivos del lujo. Pero también había reivindicación política en este acontecimiento, viral por naturaleza, que se enmarca en un momento en el que Meta ha acabado con sus políticas de inclusión y en un país, Italia, que hoy por hoy no reconoce el matrimonio igualitario, solo las uniones civiles. Este instante de romanticismo queer en la Italia de Meloni aportó algo de calidez a un arranque de la quincena de la moda masculina a medio gas (muchos grandes nombres se han ausentado para hacer desfiles conjuntos el mes que viene) y marcada por la inestabilidad política, el bajón del mercado chino y la crisis de identidad que vive la industria del lujo. Carlo Capasa, presidente de la cámara de la moda italiana, estima que las ventas de las firmas nacionales y empresas relacionadas bajarán finalmente un 5% en 2024, después de años de crecimiento.
Las colecciones para el próximo invierno que se han visto en la ciudad italiana exploran maneras de seducir a los clientes entre vientos de cambio en la industria e inestabilidad geopolítica
En la historia de la moda italiana ha habido muchas historias de amor, pero hasta ahora ninguna había acabado en boda durante un desfile. El pasado sábado, los fundadores de la firma JordanLuca, el inglés Jordan Bowen y el italiano Luca Marchetto, se dieron el “sí, quiero” como culminación al desfile de su colección otoño-invierno 2025-2026 en la semana de la moda masculina de Milán, concebido también como la celebración de una historia de amor que dura 14 años. Las prendas, que mezclaban los básicos del armario con la crudeza del punk, son herederas de los últimos 10 años de moda: el auge del feísmo y la ironía como revulsivos del lujo. Pero también había reivindicación política en este acontecimiento, viral por naturaleza, que se enmarca en un momento en el que Meta ha acabado con sus políticas de inclusión y en un país, Italia, que hoy por hoy no reconoce el matrimonio igualitario, solo las uniones civiles. Este instante de romanticismo queer en la Italia de Meloni aportó algo de calidez a un arranque de la quincena de la moda masculina a medio gas (muchos grandes nombres se han ausentado para hacer desfiles conjuntos el mes que viene) y marcada por la inestabilidad política, el bajón del mercado chino y la crisis de identidad que vive la industria del lujo. Carlo Capasa, presidente de la cámara de la moda italiana, estima que las ventas de las firmas nacionales y empresas relacionadas bajarán finalmente un 5% en 2024, después de años de crecimiento.
No había ni rastro de melancolía, sin embargo, en la colección que Raf Simons y Miuccia Prada mostraron en la Fondazione Prada el domingo. Auspiciado por términos polivalentes como “intuición”, “primitivismo” y “elegancia interna”, el mix funcionaba: es como si un hombre con gusto por el estilo vaquero hubiera cogido todo su armario (abrigos, pijamas, trajes e incluso camisetas de cuando era pequeño), lo hubiera barajado y se vistiera casi con los ojos cerrados. Había pijamas con botas de cowboy, camisetas hechas de jirones de piel animal bajo una sencilla chaqueta Harrington, batines de cuadros con pantalones de satén o una microscópica camiseta de flores que habría hecho feliz al Renton de Trainspotting.
Lo intuitivo resulta fundamental para firmas que, a pesar de todo, siguen nutriéndose de la creatividad de sus diseñadores, de sus equipos e incluso de sus clientes. Giorgio Armani sigue confiando en la suya tanto en Emporio, su segunda línea, como en la que lleva su nombre. El invierno de la primera promete sastrería ligeramente desordenada y sin miedo al lurex ni al leopardo, y las deseables cazadoras amplias y con bolsillos beben de su archivo de los años ochenta (son parecidas a las que hace años que vuelan de las tiendas de segunda mano). La intuición es importante, pero el enfoque también.
La firma Dolce & Gabbana se concentró en sus fortalezas para su nueva colección, Paparazzi, llena de sastrería años cuarenta, gorras de tweed que habrían hecho feliz a Beckham, grandes abrigos de falso leopardo y una contenida versión ―para lo que están acostumbrados― del negro nocturno.
Que después de los años del streetwear y la moda meme resurgiría el clasicismo es una teoría que confirma el desfile de la firma británica Dunhill en el Salón Dorado de la Società del Giardino, un histórico club de caballeros milanés. Dunhill, propiedad del grupo francés Richemont, es proveedor de la acepción más inglesa de la elegancia masculina desde finales del siglo XIX y su diseñador, el también inglés Simon Holloway, quiere recordárselo a las nuevas generaciones. Modelos espigados con pómulos altísimos portaban decadentes esmóquines con pantalones altos de cintura, trajes entallados con hombro suave y doble abertura y todo tipo de accesorios que habrían hecho dar palmas al duque de Windsor: pajaritas, bolsos con paraguas o alfileres de corbata. Una propuesta tan nostálgica en su defensa de las esencias que casi parecía de fantasía: el desfile acabó con Vienna, el evocador himno technopop.
Otro palazzo de la ciudad italiana, en este caso el neoclásico Serbelloni, fue el escenario de la presentación de la colección con la que la sastrería italiana Brioni celebra su 80º aniversario: una rica selección de clásicos en clave suavísima y ligerísima o, lo que es lo mismo, adaptada al lenguaje indumentario del 1%. “¿Qué es relevante para el hombre clásico?”, se preguntaba su director creativo, el austríaco Norbert Stumpfl, en el periódico especializado WWD. Según él, las inevitables zapatillas de deporte y pantalones de yoga de cachemir, pero, sobre todo, una propuesta más sofisticada: conjuntos de vestir con chaqueta cruzada en combinación de azules o un esmoquin de seda con camiseta y bufanda de seda que perfectamente podría llevar Jude Law (y, por lo visto, él era la inspiración).
Varias firmas compiten por la corona de la máxima suavidad y el tope de la ligereza. El domingo, Tod’s presentó el proyecto Pashmy, un tratamiento para la napa y el ante que tanto vale para una cazadora color tabaco que, por el peso, podría ser de algodón, como para un plumífero beis de tacto inverosímil. Y este lunes, Zegna mostró Vellus Aureum, colección que se apropia del nombre del trofeo que la casa italiana otorga a la excelencia de la lana, y que a su vez se inspira en el mito del vellocino de oro. Alessandro Sartori, director creativo de la firma, ha ofrecido una elegante vuelta de tuerca al canon de informalidad que él mismo ha acuñado. No había ni una zapatilla deportiva combinada con sus pulcros abrigos oscuros, ni con los gruesos trajes oversize de cuadros príncipe de gales, ni con los marrones de pana gruesa, ni siquiera con una mullida americana de borrego gris. Los pantalones, nunca estrechos, siempre rectos, caían elegantemente sobre brillantes mocasines. Zegna, la firma que disolvió la sastrería tradicional en el caldo de la ropa cómoda, ha hablado.
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