A 10 meses de las elecciones legislativas, el primer ministro necesita a un electorado conservador cada vez más seducido por Peter Magyar Leer A 10 meses de las elecciones legislativas, el primer ministro necesita a un electorado conservador cada vez más seducido por Peter Magyar Leer
La suerte del primer ministro húngaro, Viktor Orban, gira estos días en torno al Día del Orgullo, desfile que el colectivo LGTB pretende celebrar el próximo día 28 en Budapest, aunque el marco legal creado por el Gobierno ultraconservador lo prohíbe. La confrontación en las calles de la capital parece inevitable, pero también buscada.
Hay mucho en juego. A 10 meses de las elecciones legislativas de abril de 2026, Orban, que se encuentra rezagado en las encuestas, necesita movilizar de nuevo a un electorado conservador cada vez más seducido por Peter Magyar, su oponente procedente de sus propias filas. Las personas LGBT son, por tanto, el blanco perfecto de un régimen que reivindica los valores familiares del cristianismo, según los cuales la pareja está formada por un hombre y una mujer, con exclusión de cualquier otra combinación.
Magyar, antiguo alto funcionario, casado con la ex ministra de Justicia Judit Varga, ha comprendido que la prohibición del Día del Orgullo es, ante todo, una trampa política. Orban ha identificado lo que él cree es puede ser un punto débil de su adversario. Magyar se presenta como un conservador respetuoso con los valores tradicionales, pero también busca seducir a un electorado urbano, culto y tolerante.
Al endurecer su retórica anti-LGBT, Orban coloca a su rival ante un dilema imposible. Si defiende los derechos LGBT, Peter Magyar corre el riesgo de perder a los votantes conservadores que constituyen su base. Si permanece en silencio o aprueba las medidas de Orban, decepciona al electorado urbano y pierde lo que le distingue del régimen actual. Magyar evita cuidadosamente por ello criticar las leyes anti-LGBT de Orban, prefiriendo centrar sus ataques en la corrupción y la mala gestión económica.
Como apunta el diario Le Point, esta estrategia del silencio revela la crueldad del cálculo de Orban: convertir los derechos de una minoría en una simple variable de ajuste electoral. No es el único ejemplo. Envalentonado por la victoria de su aliado Donald Trump en Estados Unidos, el primer ministro húngaro multiplica las medidas polémicas para recuperar el control de la agenda y eclipsar el debate sobre los deficientes servicios públicos o las dificultades económicas. El próximo 28 de junio, en las calles de Budapest, se jugará mucho más que una marcha del Orgullo.
Los analistas sostienen que Orban no tiene ningún problema personal con la homosexualidad, sobre todo porque su partido, el Fidesz, era en sus orígenes un partido liberal atento a las reivindicaciones de las personalidades gays húngaras. Uno de los principales dirigentes del partido fue sorprendido en una orgía homosexual en Bruselas en pleno confinamiento por covid, un escándalo que fue aprovechado por Orban para reposicionar el Fidesz como partido conservador.
Éste redujo a la extrema derecha a una mínima expresión y aplastó a la izquierda, descalificada por su gestión de la crisis financiera. No había previsto que un disidente del Fidesz denunciara abiertamente la corrupción del régimen, creara un partido y se situara con más de 10 puntos de ventaja en las encuestas. Había que reaccionar. De ahí el arsenal legislativo desplegado en primavera. El 18 de marzo, el Parlamento húngaro aprobó una ley que prohíbe pura y simplemente «las reuniones que apoyen los derechos de las personas LGBTQI+» Esta ley autoriza el uso del reconocimiento facial para identificar a los participantes y prevé multas de hasta 500 euros.
El 14 de abril, el Fidesz aprobó una enmienda constitucional por 140 votos contra 21 (la decimoquinta), que consagra dos principios fundamentales: en primer lugar, que una persona es «hombre o mujer» y, en segundo lugar, que los derechos de los niños al «desarrollo moral, físico y espiritual» prevalecen sobre cualquier otro derecho, incluido el de reunirse pacíficamente. La libertad de manifestación de las personas LGBT queda así prohibida en nombre de la preservación de la integridad de los niños… Un procedimiento que une descaradamente la homosexualidad y la pedocriminalidad.
Esta modificación constitucional priva ahora a los organizadores de la marcha del Orgullo de cualquier recurso legal basado en la libertad de reunión, pese a estar recogida en la Constitución húngara. Ante esta represión, el Ayuntamiento de Budapest, dirigido por el ecologista Gergely Karacsony, ha encontrado una astuta solución. El propio ayuntamiento organiza una «manifestación municipal» el 28 de junio, que no necesita autorización policial, ya que emana directamente de las autoridades locales. Esta iniciativa permite eludir la prohibición y mantener el evento.
La reacción europea no tiene precedentes. En primer lugar, los Estados miembros han manifestado su indignación en el Consejo de Asuntos Generales. Ahora son 20 los que reclaman la activación de la fase 2 de las sanciones del artículo 7 del Tratado de la Unión Europea (que, en última instancia, puede conducir a la suspensión de los derechos de voto de Hungría). Solo falta un Estado para pasar a la siguiente fase.
En el Parlamento Europeo, la movilización es significativa en cuatro grupos políticos: los socialdemócratas del S&D, los liberales-centristas de Renew Europe, los ecologistas Verdes/ALE y la izquierda radical (The Left). Todos ellos enviarán parlamentarios al Orgullo Gay de Budapest.
Ante las críticas internacionales, los diplomáticos húngaros intentan suavizar los ánimos. «No queremos suprimir el derecho a manifestarse», explica uno de ellos de manera extraoficial. «Simplemente pedimos que la marcha del Orgullo sea una manifestación decente. Todo es cuestión de interpretación. Por ejemplo, podría celebrarse en un estadio». En resumen: ocultad a los gays para que no se les vea, como si lo que no como si lo que no se ve no existiera.
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