Sanguijuelas del Guadiana, el grupo que ha revolucionado la escena desde la Extremadura rural

Es complicado tomarse la música con la perspectiva que se merece cuando, monopolizada por grandes discográficas desde Madrid o Barcelona, nos ciega la idea de que lo más moderno e innovador sale siempre del ámbito urbano y apadrinado por sellos discográficos con nombres rimbombantes que repiten fórmulas concretas y comprobadas; parece que todo lo novedoso, lo creativo, debe salir de laboratorios de ideas y agencias de PR donde se mide al milímetro el discurso, la estética y hasta la textura de las notas. Pero no es siempre así.

La escena indie ha sabido tejer un nuevo circuito de artistas y músicos que se alejan de los centros de poder tradicionales – por ejemplo, Murcia se ha convertido en un epicentro en este sentido – y configuran una nueva forma de entender los sonidos; a su vez, nuevos grupos han crecido al calor de las brasas de aquello que llamaríamos España vacía o vaciada, ese grupo de pueblos, aldeas y recónditos lugares que, sin una estructura que los vertebre, aparece cada cierto tiempo en nuestros televisores para reivindicar un tren mejor, que no se desbrocen sus montes para poner aerogeneradores que alimenten las capitales o algo tan llano y sencillo como un ambulatorio funcional. La música recoge todos estos problemas para transformarlos en un canto común, en un auténtico, ahora sí, ente vertebrador para pueblos y comunidades que tienen los mismos problemas pese a estar separados por decenas, quizá cientos de kilómetros.

Al calor de estas reivindicaciones, y dirigiendo con su batuta la voz de todos los jóvenes que se niegan a abandonar la tierra de sus muertos y la reivindican como un lugar para vivir, aunque necesite mejorías, ha nacido Sanguijuelas del Guadiana, un grupo, un trío, de orígenes y sonidos e imaginarios extremeños que ha conquistado la voz común del indie español, si es que es justo usar con ellos esa etiqueta en lugar de una más grande y propia.

Este grupo formado por lo veinteañeros Carlos Canelada, Juan Grande y Víctor Arroba ha conquistado el corazón de más de una y dos generaciones que han tenido que huir de sus pueblos no por iniciativa propia; no porque se sintieran prisioneros y desearan escapar, sino porque la perspectiva de no tener trabajo ni ocio les empujaba con más fuerza que el aguante de sus uñas.

Oriundos de Casas de Don Pedro, uno de esos moribundos pueblos de la comarca pacense de La Siberia extremeña, estos tres chicos se fueron a estudiar a Madrid, como tantos otros que vuelven a sus pueblos los fines de semana para retornar los domingos a las capitales, y allí iniciaron Sanguijuelas del Guadiana, un nombre que quizá no tenga mucha miga por referirse al río que en nuestro imaginario nutre Extremadura, pero que sí tiene más trasfondo si se piensa en las sanguijuelas como en ese animal que se aferra a la carne, a la tierra, y es imposible de arrancar.

Desde Madrid, probaron con su proyecto y, a punto de su gran boom, tomaron una decisión: volver a Casas de Don Pedro para grabar su disco. Estaban hartos de que se contara el pueblo desde la capital; de que se transformara en un escenario onírico que muchos narradores explotan desde la desolación metálica de las antenas de la ciudad.

Lo cierto es que en los últimos años, desde que la pandemia por la covid encerrara a muchos jóvenes en angostas habitaciones en pisos compartidos que les hacían reflexionar sobre las condiciones materiales del sueño urbano, el pueblo y el entorno rural ha gozado de un cierto boom artístico. Por ejemplo, novelas como Feria, de Ana Iris Simón, o grupos como el ya archiconocido La Moda han vuelto a poner sobre el mapa mediático la narrativa rural de la aldea; sin embargo, muchos de estos proyectos se han ideado desde las capitales, perpetuándose así las dinámicas entre la ciudad y el pueblo. Pero estos jóvenes extremeños decidieron cambiarlo.

Los Sanguijuelas del Guadiana decidieron volver de verdad, no solo en el terreno artístico, a su Siberia extremeña y ahí componer Revolá, un álbum cuyo nombre vendría a significar algo así como un cambio de aires, un insuflo de aliento fresco que en verdad vuelve a ser un retorno al origen, a lo primordial. Y el resto es historia, o más bien presente.

El disco se estrenó en mayo de 2025 y no se podría definir más que como arrollador; sus letras entremezclan la sensación de orfandad de todos esos chavalitos que arrastran los pies por avenidas que no son suyas, habitan edificios que no son suyos y comparten pisos con gente a la que llama familia sin que realmente sea la suya; es un canto a la urgencia de la vuelta, aunque no es para nada un grito apátrida: ellos tienen una tierra, saben perfectamente cuál, y se han jurado volver.

En el trabajo se mezclan además las sutiles reivindicaciones de una tierra por la que los años han pasado despacio, quizá demasiado, con el canto a todo lo bueno que eso también puede conllevar; sus canciones no son lloros ni nostalgias zapateras, sino que entremezclan la justa reivindicación con la alabanza a las amapolas y las verbenas con aromas pimenteros y los tendederos reparados con alambre de hilo. No hay tristeza, sino reivindicación y alegría.

En lo estrictamente musical, el grupo mezcla los elementos de una formación clásica, con su voz, bajo, guitarra y batería, con empujes en el teclado, coros que pueden sonar a sillas de paja y una bien rubricada firma que recuerda levemente al techno y todos estos sonidos indies que conquistan el circuito; la existencia de Sanguijuelas del Guadiana es todo un acontecimiento que se celebra en la canción homónima del disco, Revolá, pero también en otros temas hermosísimos como 100 amapolas o Septiembre.

La acogida de la banda ha sido impresionante, pocas veces visto. En la prensa cultureta especializada ya se habla de ellos como de un fenómeno generacional irrepetible; han conquistado plazas festivaleras importantísimas, como el Sonorama, y en la sala de La Riviera han colgado el cartel de completo para tres noches seguidas.

Parece que la voz extremeña tiene más eco de lo que nadie habría predicho.

 El grupo extremeño ha sorprendido con Revolá, su primer álbum  

Es complicado tomarse la música con la perspectiva que se merece cuando, monopolizada por grandes discográficas desde Madrid o Barcelona, nos ciega la idea de que lo más moderno e innovador sale siempre del ámbito urbano y apadrinado por sellos discográficos con nombres rimbombantes que repiten fórmulas concretas y comprobadas; parece que todo lo novedoso, lo creativo, debe salir de laboratorios de ideas y agencias de PR donde se mide al milímetro el discurso, la estética y hasta la textura de las notas. Pero no es siempre así.

La escena indie ha sabido tejer un nuevo circuito de artistas y músicos que se alejan de los centros de poder tradicionales – por ejemplo, Murcia se ha convertido en un epicentro en este sentido – y configuran una nueva forma de entender los sonidos; a su vez, nuevos grupos han crecido al calor de las brasas de aquello que llamaríamos España vacía o vaciada, ese grupo de pueblos, aldeas y recónditos lugares que, sin una estructura que los vertebre, aparece cada cierto tiempo en nuestros televisores para reivindicar un tren mejor, que no se desbrocen sus montes para poner aerogeneradores que alimenten las capitales o algo tan llano y sencillo como un ambulatorio funcional. La música recoge todos estos problemas para transformarlos en un canto común, en un auténtico, ahora sí, ente vertebrador para pueblos y comunidades que tienen los mismos problemas pese a estar separados por decenas, quizá cientos de kilómetros.

Al calor de estas reivindicaciones, y dirigiendo con su batuta la voz de todos los jóvenes que se niegan a abandonar la tierra de sus muertos y la reivindican como un lugar para vivir, aunque necesite mejorías, ha nacido Sanguijuelas del Guadiana, un grupo, un trío, de orígenes y sonidos e imaginarios extremeños que ha conquistado la voz común del indie español, si es que es justo usar con ellos esa etiqueta en lugar de una más grande y propia.

Este grupo formado por lo veinteañeros Carlos Canelada, Juan Grande y Víctor Arroba ha conquistado el corazón de más de una y dos generaciones que han tenido que huir de sus pueblos no por iniciativa propia; no porque se sintieran prisioneros y desearan escapar, sino porque la perspectiva de no tener trabajo ni ocio les empujaba con más fuerza que el aguante de sus uñas.

Oriundos de Casas de Don Pedro, uno de esos moribundos pueblos de la comarca pacense de La Siberia extremeña, estos tres chicos se fueron a estudiar a Madrid, como tantos otros que vuelven a sus pueblos los fines de semana para retornar los domingos a las capitales, y allí iniciaron Sanguijuelas del Guadiana, un nombre que quizá no tenga mucha miga por referirse al río que en nuestro imaginario nutre Extremadura, pero que sí tiene más trasfondo si se piensa en las sanguijuelas como en ese animal que se aferra a la carne, a la tierra, y es imposible de arrancar.

Desde Madrid, probaron con su proyecto y, a punto de su gran boom, tomaron una decisión: volver a Casas de Don Pedro para grabar su disco. Estaban hartos de que se contara el pueblo desde la capital; de que se transformara en un escenario onírico que muchos narradores explotan desde la desolación metálica de las antenas de la ciudad.

Lo cierto es que en los últimos años, desde que la pandemia por la covid encerrara a muchos jóvenes en angostas habitaciones en pisos compartidos que les hacían reflexionar sobre las condiciones materiales del sueño urbano, el pueblo y el entorno rural ha gozado de un cierto boom artístico. Por ejemplo, novelas como Feria, de Ana Iris Simón, o grupos como el ya archiconocido La Moda han vuelto a poner sobre el mapa mediático la narrativa rural de la aldea; sin embargo, muchos de estos proyectos se han ideado desde las capitales, perpetuándose así las dinámicas entre la ciudad y el pueblo. Pero estos jóvenes extremeños decidieron cambiarlo.

Los Sanguijuelas del Guadiana decidieron volver de verdad, no solo en el terreno artístico, a su Siberia extremeña y ahí componer Revolá, un álbum cuyo nombre vendría a significar algo así como un cambio de aires, un insuflo de aliento fresco que en verdad vuelve a ser un retorno al origen, a lo primordial. Y el resto es historia, o más bien presente.

El disco se estrenó en mayo de 2025 y no se podría definir más que como arrollador; sus letras entremezclan la sensación de orfandad de todos esos chavalitos que arrastran los pies por avenidas que no son suyas, habitan edificios que no son suyos y comparten pisos con gente a la que llama familia sin que realmente sea la suya; es un canto a la urgencia de la vuelta, aunque no es para nada un grito apátrida: ellos tienen una tierra, saben perfectamente cuál, y se han jurado volver.

Portada de 'Revolá', el primer álbum de Sanguijuelas del Guadiana
Portada de ‘Revolá’, el primer álbum de Sanguijuelas del GuadianaInfarto Producciones

En el trabajo se mezclan además las sutiles reivindicaciones de una tierra por la que los años han pasado despacio, quizá demasiado, con el canto a todo lo bueno que eso también puede conllevar; sus canciones no son lloros ni nostalgias zapateras, sino que entremezclan la justa reivindicación con la alabanza a las amapolas y las verbenas con aromas pimenteros y los tendederos reparados con alambre de hilo. No hay tristeza, sino reivindicación y alegría.

En lo estrictamente musical, el grupo mezcla los elementos de una formación clásica, con su voz, bajo, guitarra y batería, con empujes en el teclado, coros que pueden sonar a sillas de paja y una bien rubricada firma que recuerda levemente al techno y todos estos sonidos indies que conquistan el circuito; la existencia de Sanguijuelas del Guadiana es todo un acontecimiento que se celebra en la canción homónima del disco, Revolá, pero también en otros temas hermosísimos como 100 amapolas o Septiembre.

La acogida de la banda ha sido impresionante, pocas veces visto. En la prensa cultureta especializada ya se habla de ellos como de un fenómeno generacional irrepetible; han conquistado plazas festivaleras importantísimas, como el Sonorama, y en la sala de La Riviera han colgado el cartel de completo para tres noches seguidas.

Parece que la voz extremeña tiene más eco de lo que nadie habría predicho.

 20MINUTOS.ES – Cultura

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